13 de Septiembre de 2024
Director Editorial Lic. Rafael Melendez | Director General - Dr. Rubén Pabello Rojas

Torturas, violaciones y drogas: las víctimas de los Legionarios de Cristo

 

 

 

 

 

 

Los episodios de violencia extrema contra dos víctimas de la congregación comandada por Marcial Maciel que forman parte de la causa abierta por abusos y encubrimiento.

AGENCIAS

CDMX

Durante las violaciones grupales que sufrió siendo menor de edad, Rosario recuerda a uno de los sacerdotes sujetándola de los brazos y dando instrucciones al resto de abusadores mientras decía: “Échenle ganas con esta pecadora”. A otro le gustaba retarla a usar la fuerza para apartarlo. Otro sacerdote agradecía a Satanás por permitirle satisfacer sus necesidades. Y de un cuarto recuerda que la violaba incluso en el confesionario.

El crudo relato de Rosario, cuyos apellidos se omiten por solicitud propia para proteger su anonimato, forma parte de un documento de 32 páginas −al que ha tenido acceso EL PAÍS− que integra la causa que la Fiscalía de Chile ha abierto contra Los Legionarios de Cristo, la congregación católica que acumula una oleada de denuncias en todo el mundo por abusos cometidos durante al menos cinco décadas. La investigación chilena, iniciada en diciembre de 2023, no es la primera que indaga posibles abusos sexuales de sacerdotes legionarios. Pero sí la primera que investiga no sólo a individuos, sino a la congregación religiosa en sí misma por encubrimiento.

La investigación se basa en cuatro denuncias. La de Rosario, hoy de 33 años, ha generado estupor en el país. Según su testimonio, siete sacerdotes legionarios y dos consagradas del Regnum Christi —la rama femenina de la Legión de Cristo— la sometieron a torturas, violaciones y abusos psicológicos mientras residía en el Centro Estudiantil, una casa de la congregación en la capital de Chile, entre 2008 y 2010.

A la denuncia de Rosario se añade la de Martín Mewes, hoy de 35 años. Mewes afirma que sufrió abusos sexuales de un sacerdote legionario cuando era estudiante del colegio de San Isidro de Buin, también administrado por la congregación. De acuerdo con Juan Pablo Hermosilla, abogado de Rosario y Mewes, hay otras dos denuncias más que se mantienen en el anonimato.

La fiscalía ha recibido las declaraciones de unos 30 “testigos de contexto”, entre exlegionarios y exconsagradas, que han dado testimonios sobre el control psicológico y la práctica de encubrimiento que se ejercían al interior de la congregación religiosa. Algunos de esos testigos han declarado desde otros países por videoconferencia, y han relatado abusos ocurridos en diversas épocas.

EL PAÍS reconstruye con voces de víctimas, familiares, abogados y exmiembros de la congregación los episodios de violencia extrema en los distintos centros religiosos, así como los oídos sordos cuando llegaron las primeras denuncias, un patrón de impunidad y encubrimiento que se repiten en otros casos similares contra la orden.

Una película de terror

Los abusos que denuncia Rosario hacen palidecer a los de Marcial Maciel (1920-2008), fundador de los Legionarios de Cristo. Maciel atraía con engaños a sus víctimas, adolescentes que eran seminaristas de la congregación. Les decía que tenía dolores abdominales intensos —supuestamente por acumulación de semen— y que el papa Pío XII le había dado permiso de que “lo masajearan” en los genitales para aliviarlos. Así empezaba un ciclo de abusos sexuales que podía prolongarse por años, como han contados diversos exlegionarios. Unos abusos que fueron encubiertos durante 50 años por el Vaticano.

Los abusos a Rosario, en contraste, fueron directos y brutales, de acuerdo con su propio relato. En el documento que hizo llegar a las autoridades chilenas la ahora maestra de educación básica cuenta una dolorosa experiencia al interior de la congregación: “mi relato se parece a una película de terror […] fui víctima de graves abusos de conciencia y de poder, de diversos hechos de connotación sexual e incluso de tortura”, afirma.

Rosario comienza su historia desde que era una niña, estudiante del colegio Cumbres en Santiago de Chile. Como en todo colegio legionario de la época, las consagradas del Regnum Christi jugaban un papel importante en la administración y dirección del Cumbres. Las consagradas son mujeres que hacen votos de vivir en comunidad y estaban, en ese entonces, bajo la autoridad directa de los sacerdotes legionarios.

Rosario cuenta que en el colegio la sometieron a una presión muy fuerte para que ella misma se convirtiera en una consagrada, hasta que cedió. El 29 de febrero de 2008 ingresó al Centro Estudiantil, una casa en Santiago de Chile donde residían las consagradas de esa ciudad, con el objetivo de que “discerniera su vocación” durante un tiempo. Es decir, que descubriera si tenía o no un llamado de Dios para hacer votos en el Regnum Christi.

Lo que vivió dentro de esa casa fue un infierno. De acuerdo con su recuerdo, la primera persona que abusó de ella fue la consagrada Heloísa Cardín Santa Rosa. Cardín no sólo la “tocó, golpeó y amenazó de distintas formas”, sino que la condujo con otros abusadores: los sacerdotes Alfredo Márquez, José Gerardo Cárdenas, Juan Luis Cendejas, Luis Miguel Herrera —los cuatro de nacionalidad mexicana— además de Daniel Reynolds y Pablo de Juan, y otros dos que no pudo identificar.

Rosario cuenta en su testimonio que esos sacerdotes, además de la consagrada Cardin Santa Rosa, la drogaban y abusaban de ella con actos violentos, amenazas, golpes y burlas. Márquez, por ejemplo, acudía los jueves a confesar a las residentes del Centro Estudiantil, y por las noches violentaba a Rosario. La directora de las consagradas en Chile, Araceli Delgado, en ocasiones era testigo de las violaciones.

Los abusos se facilitaron, cuenta Rosario, porque se le asignó la función de sacristana. Eso la obligaba a permanecer despierta más tarde que el resto de las residentes del Centro, porque debía preparar los objetos litúrgicos para la misa del día siguiente. La capilla, además, estaba en la parte opuesta a los dormitorios y no se oía ni se veía nada de lo que ahí ocurría.

De José Gerardo Cárdenas, Rosario dice “dirigía a los demás participantes y les indicaba cómo vulnerarme de distintas formas. Recuerdo abusos y violaciones grupales, en las que incluso quedé inconsciente. Quienes participaban se encontraban drogados o ebrios, y en esas condiciones se burlaban, reían y disfrutaban del sufrimiento que me infligían. A Cárdenas le gustaba retarme a usar la fuerza para apartarlo, ya que era sádico…”

Cendejas lo recuerda sujetándola de los brazos y dando instrucciones a otros abusadores. Herrera también participó en las violaciones grupales. En una ocasión dijo que “agradecía a Satanás porque le permitía satisfacer sus necesidades, como Dios no lo hacía”. Reynolds no aparece en las violaciones grupales, pero, afirma Rosario, también la violó en el confesionario.

En febrero de 2010 Rosario decidió no tomar los votos de consagrada y anunció su salida del Centro Estudiantil. Tardó años de hospitalizaciones y terapias para asimilar lo ocurrido.

En su extenso escrito, Rosario cuenta también que denunció estos abusos ante la Congregación para la Doctrina de la Fe —la instancia judicial de la Iglesia católica— en noviembre de 2019. Sin embargo, después de una investigación revictimizante, donde la sometieron a interrogatorios de siete horas, la Iglesia católica desechó el caso. Por medio de una llamada telefónica, le dijeron que su caso no avanzaría porque no se encontraron causas suficientes para iniciar un juicio canónico.

“No sé cómo su hija está viva”

Germán y Ximena, padres de Rosario, cuentan que su hija pasó por cinco hospitalizaciones por trastornos derivados del trauma de los abusos sexuales. En 2014 fue su primera hospitalización, provocada por la depresión y trastornos alimenticios. El psiquiatra, jefe del equipo que la atendió en su primera estadía hospitalaria, les dijo: “no sé cómo su hija está viva”.

La de Rosario era una familia compenetrada con los legionarios de Cristo. Ximena, la madre, fue profesora de inglés tanto en el Colegio Cumbres como en el San Isidro de Buín. Ella conoció a todos los presuntos agresores de su hija. Sin embargo, afirma que jamás recibió de la congregación una llamada o un correo electrónico, mucho menos una disculpa.

Rosario había bloqueado los abusos padecidos. Tardó cuatro años de terapia para recordar y nombrar a sus perpetradores. “Entender que uno no es culpable sino víctima es un camino muy largo. Uno bloquea las cosas para defenderse y seguir de pie”, dice Ximena. Los padres de Rosario, que dan una entrevista a un medio por primera vez, aceptaron conversar en las oficinas del litigante Juan Pablo Hermosilla, situada en la comuna de Vitacura, en Santiago.

Los abogados de Rosario —encabezados por Hermosilla— han convocado a declarar a una treintena de “testigos de contexto” para fortalecer el testimonio de la joven, personas que, si bien no atestiguaron los supuestos abusos sexuales, pueden dar elementos que sustenten las prácticas de encubrimiento. Diversas exconsagradas han declarado ante la Fiscalía de Chile que los hechos que narra Rosario “pudieron haberse dado” por el control psicológico al que estaban sometidas las consagradas.

EL PAÍS entrevistó a seis exconsagradas chilenas, que habían conocido por dentro al Regnum Christi y daban crédito a la versión de Rosario. Afirmaron, en extensas entrevistas, que el control que se vivía dentro de las casas de consagradas era total. Su vida estaba normada minuto a minuto. La autoridad de sus superioras equivalía a “la voluntad de Dios”. Además, estaba prohibido tener relaciones de amistad entre las consagradas.

Según el testimonio de una exconsagrada que coincidió con Rosario en el Centro Estudiantil, al que ha tenido acceso EL PAÍS, en una ocasión que se había enfermado del estómago, pidió que la llevaran al hospital. A la medianoche, ella vio que la luz de la capilla estaba prendida y el padre Alfredo Márquez salía del comedor. Al otro día, vio a Rosario con heridas en las piernas. Esas heridas se las había hecho esa misma noche porque un día antes no las tenía.

La investigación

En junio de 2023, Rosario presentó una denuncia civil contra los Legionarios de Cristo. En ésta, exigía un pago de 750 millones de pesos chilenos, unos 735.000 euros. Esta denuncia, donde relataba con detalle los abusos ocurridos en el Centro Estudiantil, se filtró a los medios de comunicación y a las redes sociales a los pocos días.

Después de semanas de escándalo, los Legionarios de Cristo tomaron una decisión arriesgada. El 23 de agosto acudieron a la Fiscalía de Chile a hacer una suerte de “autodenuncia” con el relato de la propia Rosario. “Con esta acción, los sacerdotes buscan que las instancias penales competentes sean las que examinen y juzguen de manera imparcial”, dijo la orden católica en un comunicado.

Sin embargo, la denuncia de Rosario no era la única. Semanas después Martín Mewes presentó su querella, y se sumaron dos más que permanecen anónimas, que podrían inculpar también a integrantes de esa orden. Por ello, el 28 de diciembre, el fiscal nacional, Ángel Valencia, designó al fiscal regional de O’Higgins, Emiliano Arias, como responsable de la investigación penal. El 25 de mayo de 2024, concluyó el periodo de Arias como fiscal regional y lo sustituyó Aquiles Cubillos Cubillos, quien quedó al frente de la investigación de los Legionarios de Cristo.

Lo inédito era que no sólo le daba facultades para indagar abusos sexuales, sino también encubrimiento y obstrucción. Ante la fiscalía han declarado exconsagradas y exlegionarios de diversos países de América Latina y Europa.

Hermosilla, el abogado de las víctimas, resume su acusación: los legionarios, afirma, “cada vez que recibían estas denuncias hacían como si fueran a investigar al responsable, pero luego lo desplazaban a otra localidad o a otro país para que el abuso no se supiera”.

El cura perro

En el Colegio de San Isidro de Buín, al sacerdote legionario Luis Francisco González lo conocían como “el cura perro”. El apodo le venía de que lo habían sorprendido abusando de un perrito en las instalaciones de la escuela.

“Lo pillaron teniendo relaciones sexuales con un perro. Lo hace más duro: enterarme de que ese cura abusó de mí, saber que abusó de mí antes o después de abusar de un perro”, dice Martín Mewes mientras desayuna café y pan dulce en una cafetería en una plaza comercial de Santiago. A la entrevista lo acompaña su esposa Magdalena.

Cuando era niño, a Mewes le llamaba la atención la religiosidad y aceptó la invitación de los curas legionarios a ser acólito en la capilla de su colegio, el San Isidro de Buín, ubicado al sur de Santiago. Mewes era un niño feliz, juguetón y sonriente.

Al poco tiempo sobrevino un cambio abrupto en su personalidad. Se volvió un niño retador y taciturno. Y su apego por la religiosidad se tornó en el más rotundo rechazo. Mewes recuerda que, durante años, otro sacerdote legionario, Daniel Reynolds, iba por él hasta su aula y lo sacaba de clases para insistirle en que hiciera la “confirmación”. Esa presión duró años, hasta que Reynolds dejó de buscarlo.

Años después, ya como adulto con esposa e hijos, Mewes se sumió en el alcoholismo. Con apoyo terapéutico, descubrió que había sido víctima de abuso sexual cuando tenía 10 años, pero había bloqueado ese recuerdo. Su abusador era el sacerdote legionario mexicano Luis Francisco González.

Mewes decidió hacer pública su denuncia a mediados de 2023, en solidaridad con Rosario, porque identificó al padre Reynolds. Si bien él no fue víctima sexual de Reynolds, sí lo recuerda como alguien que lo presionaba para volver a la fe católica.

Cuando hizo su denuncia pública, exalumnos y padres de familia del colegio de San Isidro de Buin firmaron una carta pública para respaldarlo. “Es parte de este proceso de sanación: hablar de estas cosas, poner denuncias, y evitar que estas cosas sigan pasando, porque es muy grave que les ocurra a los niños”, afirma. 25 años después Mewes cuenta que la misma persona que atestiguó los abusos al perrito, acudió a la fiscalía a como testigo de contexto a su favor.

La madre de Mewes, Alejandra Anchondo, también acudió a la fiscalía como testigo contextual. Vestida con una blusa de flores y aretes de perlas, relata su estupor cuando se enteró de los abusos a su hijo. ¿Dónde estaba yo? ¿Por qué no me di cuenta?, se preguntó. Ella se encargaba del baño de sus siete hijos —no dejaba que las nanas los vieran desnudos— pero nunca se imaginó que Martín fuera abusado en donde pensaba que estaba más seguro.

Tras la confesión de su hijo, Anchondo y su esposo, Ricardo Mewes —líder del principal gremio empresarial chileno, la Confederación de Producción y el Comercio— pidieron una audiencia con el sacerdote legionario Gabriel Bárcena, actual director territorial de los Legionarios de Cristo.

“A él no se le movió ni un pelo. Lo recuerdo con sus manos cruzadas. Nos dijo que ya habían contratado a una abogada externa para que investigara el caso de Martín y la niñita [Rosario]. Yo le dije: La Legión es un movimiento enfermo porque nació de una mente enferma, Marcial Maciel. Pero no se le movió ni un pelo, ni un ojo, nada”, cuenta.

Anchondo afirma que están peleando contra Goliat: “[los legionarios] están protegidos por todos lados. Este movimiento es muy poderoso en todo el mundo”. Además de las autoridades chilenas, el Papa Francisco ha sido informado de los abusos a Rosario y a Martín. Un religioso chileno, que solicitó el anonimato por temor a represalias, contó que él conoció y habló con Rosario sobre sus abusos desde 2017. En junio de 2018 solicitó una audiencia con el papa y le contó con detalle su historia.

Por su parte, Mewes cuenta que su padre acudió en diciembre de 2023 a un encuentro de empresarios católicos en Roma, y aprovechó una audiencia papal para entregarle una carta al máximo jerarca católico. Hasta ahora, sin embargo, ni Rosario ni Mewes han recibido una respuesta del Papa.

Una batalla por la verdad judicial

El abogado Hermosilla advierte que los delitos por abuso sexual tienen un tiempo de prescripción, y que un juez pudiera darlos por prescritos por el tiempo que ha transcurrido desde que se habrían cometido los abusos. Sin embargo, aun cuando ya no impliquen una pena de cárcel, la defensa busca que un juez establezca una verdad judicial y reconozca que los abusos efectivamente ocurrieron.

El encubrimiento y la obstrucción sólo se perseguirán si antes se han comprobado los abusos sexuales. Hermosilla ha representado a unas 400 víctimas de abusos sexuales de clérigos en Chile. Entre los abusadores están sacerdotes diocesanos, pero también jesuitas, salesianos y del Opus Dei. Su despacho representó a víctimas de Fernando Karadima, un cura favorecido por las élites, que tenía a su cargo la parroquia de El Bosque, en el barrio de Providencia.

Hermosilla dice que los abusos legionarios pueden considerarse violaciones a los derechos humanos, incluso crimen organizado, y que los gobiernos tienen una responsabilidad en éstos, porque diversas víctimas fueron enganchadas en colegios. De prosperar el caso en la justicia chilena, afirmó que llevará los abusos legionarios a instancias internacionales.

En el caso de Rosario y Mewes, contó que los Legionarios solicitaron el cierre del caso. “Han pedido que se discuta el sobreseimiento definitivo de todo esto. Eso es una especie de declaración de inocencia, pero eso se tendría que pedir al final de la investigación y no al inicio”, dice.

Los Legionarios de Cristo han sostenido la inocencia de sus sacerdotes y de una de las consagradas —otra ya no pertenece al Regnum Christi. Para ello, abrieron una página de internet con comunicados oficiales. “Los sacerdotes implicados siempre han manifestado su inocencia […] La Congregación para la Doctrina de la Fe […] ha archivado el caso por no haber encontrado sustento a las acusaciones. Por tanto, estamos esperanzados de que la justicia penal pueda llegar a confirmar que las acusaciones contra los sacerdotes no tienen fundamento”.

Mientras tanto, Germán, el padre de Rosario, afirma que su hija busca justicia desde el perdón. Martín Mewes, por su parte, pretende que ningún otro niño pase por un abuso similar al que sufrió en el colegio. Ahora fincan sus esperanzas en las instituciones chilenas.

Esta investigación fue realizada con el apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Regional en América Latina (CAPIR) liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).