*El autor del libro Antiguas familias naolinqueñas, Jaime Cuevas Escobar, busca preservar la historia, arquitectura y tradiciones de este pueblo con profundas raíces indígenas y españolas
*Ahora trabaja en una investigación sobre el arte sacro y el funerario, pues el camposanto de Naolinco preserva elementos únicos del siglo XIX
Naldy Rodríguez
Xalapa
La historia, arquitectura, inmobiliario y costumbres de Naolinco, municipio asentado en la zona montañosa central de Veracruz, se pierden sin que ninguna administración municipal tome cartas en el asunto para mantenerlas y preservarlas vivas.
Su cercanía con la capital del estado y la carretera que lo comunicó en la década de 1950, ha hecho que la globalización predomine en la cultura de sus habitantes, quienes se ven inmersos también en las actividades diarias.
El deterioro es evidente en las fachadas de las antiguas viviendas, no se diga del poco mobiliario que queda, así como las litografías y las cromolitografías, religiosas en su mayoría, destacó el autor del libro Antiguas familias naolinqueñas, Jaime Cuevas Escobar.
“Es impresionante y es cruel ver cómo la arquitectura tradicional cada día se está perdiendo, un balcón menos, un corredor menos (...) no han tenido ninguno de los alcaldes ese cuidado, ni alcaldes parientes ni no parientes. Si no han cuidado eso, menos los objetos que hay al interior de algunas casas”, dijo en entrevista para El Heraldo de Xalapa, que presidió el director editorial, Edgar Reyes.
El origen de Naolinco se remonta a mucho antes de la Conquista española, hacia el año de 1519 cuando era entonces un pueblo totonaco, sometido a los mexicas, para después serlo de los españoles.
Ese comienzo —quizás— tiene mucho que ver con las actitudes de discriminación y élite que distinguió a las familias naoliqueñas del siglo XIX, “se usó casarse entre familiares y no podían mezclarse con otro grupos” —recuerda— como los africanos que estaban asentados muy cerca.
En su libro publicado, Cuevas Escobar refleja las costumbres y tradiciones de las familias de Naolinco, acompañado de parte de su acervo fotográfico, donde tiene retratos de 1890, los más antiguos.
El abogado de profesión narra que en esa época existía una arquitectura vernácula, sin modificaciones. Las fachadas de las amplias casonas tenían protecciones con madera y, las menos, de metal; contaban con dos o tres arcos y patios con una fuente al centro, las cuales se forraban de azulejo importado.
Las piezas de las casas se agrupaban en forma de “L”, primero la sala de estar, una habitación, un largo pasillo, seguido de dos o tres cuartos más —dependiendo de lo grande de la familia—, después el comedor y la cocina en la que había un bracero de extremo a extremo, construido de mampostería y las hornillas, dos eran para el carbón y una para leña, donde se hacían las tortillas. También las viejas casonas de Naolinco contaban con un lavadero con mosaico marsellés.
Los patios también contaban con árboles frutales, sobre todo Higueras, después se encontraban las caballerizas y arriba de éstas las trojes (donde se guardaban los granos) porque en ese entonces era un pueblo eminentemente agrícola. En la parte posterior había una salida, para los caballos y otros animales.
El inmobiliario de esta época era en su mayoría importado. Las familias económicamente bien traían los muebles de Austria, eran unos juegos de sala de 22 elementos o más, muy completos y amplios, elaborados de material bejuco, curveados y con los asientos y respaldos tejidos.
En las salas de estar, en el piso se encontraban colocadas de forma estratégica las escupideras. En las paredes era común encontrar retratos de familia, así como litografías y cromolitografías, en su mayoría de origen religioso, también importadas de Alemania, Francia y España.
“De muebles, ya no hay un juego completo, hay piezas sueltas por ahí (…) así de manera muy especial por el valor que tienen esas piezas no lo hay”, confirmó.
La decoración de los muros era lo más rico en cuanto a decoración. Frisos y cenefas con flores y hojas, así como quiebraplatos alrededor de la sala o rombos, y en los techos los cielos rasos, que era una especie de toldo para que no llegara la construcción tan alta, elaborados con una tela especial con imágenes florales. Éstos se colocaban en la sala y algunos cuartos.
“Era un motivo artístico que daba ambiente grato a las habitaciones”, define el historiador, quien agrega que el piso era de ladrillo de barro, por lo que había que lavarlo con escobeta.
Antes, mayor arraigo entre familias
El libro Antiguas familias naolinqueñas también da cuenta de la hermandad y solidaridad que existía entre las familias. “Se atendían, se querían, había un mayor afecto y arraigo, hasta con primos hermanos y los padrinos eran verdaderamente los segundos padres de los ahijados”, explica Jaime Cuevas Escobar.
Las 52 familias que retrata en su obra se caracterizan por ser moralistas y estrictas, pero sobre todo mantenían un profundo respeto entre padres, hijos y los esposos. La educación era también por género y los noviazgos solo se daban por cartas o a través de la ventana. Pero también era una sociedad elitista y hasta racista. En algunos documentos que ha encontrado el investigador se observa una diferencia en los nombres: a las personas de mayor abolengo les ponían al final la palabra razón y al resto se la quitaban.
“Ahora la sociedad es idéntica a la xalapeña, la globalización llegó hasta allá. Naolinco no se ha quedado atrás, la indiferencia entre los familiares y las propias actividades actuales pueden estar dando ese cambio”, resume —en la entrevista— el autor del libro, quien proviene de una distinguida familia naolinqueña.
Imágenes que hablan más que las palabras
La investigación y recopilación de textos y documentos incluye un acervo fotográfico de más de mil imágenes, la mayoría de ellas heredadas de familiares y otras “prestadas” para que obtuviera una réplica.
Son retratos originales de finales del siglo XIX y principios del XX, los cuales Jaime Cuevas Escobar tiene interés de difundir para que se conozca el origen de las familias naolinqueñas, sus costumbres y sus tradiciones, de forma que se incremente el arraigo del pueblo.
El historiador y cronista ya trabaja en otras dos investigaciones de forma paralela: de arte sacro y funerario. En la primera da cuenta de la arquitectura, escultura, literatura y algunos cantos de músicos naolinqueños, pero también Naolinco cuenta con un camposanto único gracias a los elementos que se han conservado del siglo XIX.