AGENCIAS
CIUDAD DE MÉXICO
México es un país lleno de paradojas. En el caso específico de las mujeres, en las últimas cinco décadas ha habido un cambio acelerado y destacado en su acceso a la educación, acompañado de una caída en el número de hijos por mujer.
Por ejemplo, hoy tenemos más mujeres universitarias que nunca; de hecho, la brecha de género se revirtió de manera que hay más estudiantes mujeres que hombres en todos los niveles de la educación superior.
Según datos de la OCDE, en 2021 el 51%, 56% y 53% del estudiantado en México a nivel licenciatura, maestría y doctorado respectivamente eran mujeres. Por otro lado, mientras que en 1970 el promedio de hijos por mujer en México era 6.8, hoy la fecundidad es inferior a la tasa de remplazo, es decir, menor de 2.1 hijos por mujer. La caída en la fecundidad ha traído consigo diversas transformaciones, en especial para las mujeres, en lo que se refiere a la dinámica cotidiana, la organización del hogar, el tiempo-medido en horas al día y en años de su vida-dedicados a la crianza y a los cuidados, entre otras. Es comprensible, entonces, que estos dos cambios vinieran acompañados también de un aumento en la participación de las mujeres en el mercado de trabajo.
En 1970 sólo el 17.6% de las mujeres en edad laboral (entre 15 y 64 años de edad) declararon estar económicamente activas; en el 2022, la Tasa de Participación Femenina (TPF) había aumentado a 46%.
Los datos por sí solos reflejan el cambio social en el país y cómo la situación de las mujeres se ha modificado, al menos en el ámbito del trabajo y la educación, en México. Sin embargo, aquí la paradoja, la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo ha crecido más moderadamente en este siglo –en el año 2000 era cercana a 40%, es decir, ha crecido menos de 10 puntos porcentuales en dos décadas. El mayor crecimiento se dio en la década de los ochenta, vinculado a la crisis económica y a la entrada de las mujeres al mercado de trabajo como una estrategia para enfrentarla. Al día de hoy tenemos niveles inferiores a varios países del mundo. En Perú y Bolivia, las TPF son mayores a 65%, 61% en Canadá y China, 55% en Estados Unidos y 53% en España. Potencial para crecer existe y también para acelerar el ritmo de cambio.
¿QUÉ PIERDE MÉXICO AL DESATENDER LA DEFINICIÓN DE ESTRATEGIAS PARA FACILITAR LA PARTICIPACIÓN DE LAS MUJERES EN EL MERCADO DE TRABAJO?
Desde una perspectiva macro-económica y en un momento demográfico de transición hacia el envejecimiento poblacional, perdemos talentos, las contribuciones de las mujeres a la economía, un potencial aumento de la productividad y mantener tasas de dependencia económica más bajas.
Desde una perspectiva más personal y que atiende a las desigualdades de género, la baja presencia de las mujeres en el trabajo extradoméstico refleja las desventajas que prevalecen, a pesar de la caída en la fecundidad y los aumentos en la escolaridad.
Además, la vasta literatura sobre la situación de las mujeres en el mundo señala el empoderamiento económico como un recurso potencial para lograr una participación más igualitaria en la toma de decisiones al interior del hogar y en la distribución de roles y responsabilidades.
“Las mujeres unidas y aquellas con hijos tienden a participar menos o a salir del mercado de trabajo, especialmente durante los primeros años de vida de los hijos. De alguna manera, se plantea una disyuntiva irreconciliable entre la trayectoria familiar y la laboral", apuntó Silvia E. Giorguli Sauced.
¿QUÉ INHIBE UNA MAYOR PRESENCIA DE LAS MUJERES MEXICANAS EN EL MERCADO DE TRABAJO?
Son varios factores que prevalecen al día de hoy en la sociedad mexicana. El contexto sigue siendo adverso para más de la mitad de las mujeres adultas. Los datos sugieren que uno de los principales inhibidores es el factor familiar. Las mujeres unidas y aquellas con hijos tienden a participar menos o a salir del mercado de trabajo, especialmente durante los primeros años de vida de los hijos.
De alguna manera, se plantea una disyuntiva irreconciliable entre la trayectoria familiar y la laboral. Sin embargo, existen experiencias en otros países que plantean esquemas de organización de la vida diaria que permiten una participación más igualitaria en el cuidado entre hombres y mujeres.
En paralelo, van acompañados de espacios para el cuidado de los hijos y de los adultos mayores provistos por el Estado, accesibles para la población en edad trabajadora y confiables. De igual manera, hay iniciativas interesantes enfocadas en la educación continua que promueven la inserción de las mujeres y buscan compensar el costo que tiene su ausencia del mercado de trabajo después de largos periodos, usualmente asociados a las necesidades de cuidado en la familia.
Se trata de promover un cambio social ambicioso, que no esté sólo enfocado en las mujeres como únicas responsables del mismo y que no genere una carga adicional a las dobles o triples jornadas que muchas de ellas mantienen en lo cotidiano. Se trata de repartir las responsabilidades desde el diseño de formas distintas de organizar el trabajo extradoméstico, de pensar formas alternas de organizarnos como sociedad para que el espacio familiar y el laboral sean conciliables tanto para hombres como para mujeres, de crear instituciones que acompañen en el cuidado de menores, adultos mayores y enfermos, de valorar y reconocer como sociedad las tareas de cuidado y de crear iniciativas que permitan a las mujeres reintegrarse al trabajo extradoméstico en diversos momentos de su vida. Por supuesto que hay más retos como la desigualdad de género en salarios a mismas capacidades y mismo trabajo, las barreras estructurales en los espacios de trabajo que resultan en una menor movilidad de las mujeres en los escalafones ocupacionales y la todavía falta de participación de las mujeres en los espacios de toma de decisión al interior de las empresas o en las instituciones.
La discusión en torno a lo que necesitamos como país para generar espacios favorables a la participación de las mujeres en el mercado de trabajo es apenas una parte de la ecuación más amplia para lograr un sociedad más igualitaria y más justa, preparada para enfrentar los retos de las próximas décadas. Se trata de repartir las responsabilidades desde el diseño de formas distintas de organizar el trabajo extradoméstico, de pensar formas alternas de organizarnos como sociedad para que el espacio familiar y el laboral sean conciliables tanto para hombres como para mujeres, señala Silvia E. Giorguli Sauced, presidenta de El Colegio de México.