No se puede ignorar, menos adivinar, se sabe de antemano, cuál será el juicio de la posteridad acerca de Cien años de soledad, publicada en 1967, obra cumbre del cariñosamente llamado “Gabo”. Aquel colombiano que sufriendo mil contingencias logró vender su producto intelectual al mundo, primero al hispanoparlante y después a todas las culturas que lo tradujeron. García Márquez se asentó en México donde radicó hasta su muerte. Personaje singular, él mismo vivió una vida en el “Realismo Mágico”, género literario en que fue ubicada su obra cumbre.
Fresco está el que, a unas cuantas horas antes de su muerte, desde su lecho de un hospital de la capital mexicana, ante el acoso de la prensa, mandó a los reporteros a trabajar, pues él se encontraba bien. Esto lo dibuja como un ser especial. Mucho hay que hablar, que contar de su peculiar existencia, muchos autores lo han hecho con toda autoridad. Aquí no se trata de agregar más a lo ya dicho. A partir de su muerte, empieza la leyenda que habrá de escribirse en toda su dimensión a medida que transcurran épocas y generaciones de estudiosos. Entonces, “Gabo” es un gigante reconocido de la literatura universal, en idioma español, sin la menor disputa. Desde aquí se rinde loor a quien ha alimentado la imaginación de sus lectores con su preciosa y extensa producción en las letras. Ahora automáticamente viene a colación la pléyade de excelentes autores mexicanos que también han contribuido al enriquecimiento de la cultura hispanoamericana y a quienes se debe tributar un homenaje permanente aun cuando no hayan alcanzado el Olimpo que significa la obtención del Nobel de Literatura, mas no por ello ser objeto de un involuntario olvido. Novelistas consagrados como es el caso de el veracruzano de Huatusco,
Luis Spota, fecundo autor de mediados del siglo pasado; Carlos Fuentes; Juan Pérez Rulfo, Emilio Carballido, Sergio Pitol, Eraclio Zepeda, Sergio Galindo —xalapeño—, Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández, Juan Vicente Melo, Maruxa Vilalta, Mauricio Magdaleno, Martín Luis Guzmán, Juan José Arreola, Elena Poniatowska y muchos, muchísimos mexicanos que enaltecieron las letras nacionales y que para su infortunio no alcanzaron la gloria de llegar al Premio Nobel de literatura.
Sin orden cronológico se hace imprescindible la mención de Elena Garro, Carlos Monsiváis, Ricardo Garibay, Roberto Blanco Moheno, Agustín Yáñez, Rodolfo Usigli, José Emilio Pacheco. Yendo más atrás, Fernández de Lizardi y Manuel Eduardo de Gorostiza, todos grandes novelistas. Qué decir de los novelistas de la Revolución, Francisco L. Urquizo, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán. Alusión especial a Juan Pérez Rulfo, Juan Rulfo, quien es autor y publica en 1955 Pedro Paramo, novela que bien puede ser considerada la piedra angular, donde inicia lo que se considera en literatura como “Realismo Mágico”. Rulfo es el creador del “Realismo Fantástico”, antecedente directo, 12 años antes que Cien años de soledad. Imposible recordar a todos. Por supuesto no se puede dejar sin mención a Octavio Paz, único mexicano premio Nobel de literatura. Sin embargo él es reconocido como poeta y ensayista, no como novelista. Otro sin par poeta es Jaime Sabines. Pero ya es otro género literario, también con gran reconocimiento en las letras sin ser mexicano, sino inglés, es imposible olvidar como cuasiliteratura mexicana la extraordinaria obra de Malcom Lowry, Bajo el volcán, descripción magistral de personajes, costumbres y paisajes del México de los años 30 en las ciudades de Cuernavaca y Oaxaca, lo que la identifica como novela mexicana. Quede, pues, como homenaje permanente a Gabriel García Márquez este artículo y como recuerdo y memoria de tantos y tantos literatos mexicanos que aportaron su talento en la contribución de la cultura mexicana.