Triunfaron los aliados, pero a un precio que la humanidad todavía no acaba de digerir -y si tácitamente sancionar el hecho realizado-, al tener conocimiento del poder multiplicador de destrucción que tiene, si no se controla, la partición de la partícula emblemática del desarrollo del mundo contemporáneo.
Cada año, Hiroshima y Nagasaki salen de las entrañas de la tierra para decirle al mundo que allí, en la bomba nuclear, está representada la inteligencia humana teniendo como aliada a la brutalidad.
La gran pena que despertó en el mundo el uso de las armas nucleares como instrumento de dominación tuvo en la ONU, desde su nacimiento, al principal impulsor del freno necesario para ello.
Un gran mexicano y diplomático, don Alfonso García Robles, desde el seno de la ONU lanzo al mundo el Tratado de Tlatelolco que prohíbe a las naciones del planeta la utilización de las armas nucleares que fue aprobado por unanimidad por el pleno. Hoy, el nombre de Alfonso García Robles está inscrito en letras de oro en el Congreso de la Unión para inmortalizarlo, para reconocerle en la tribuna más alta de la nación su enorme aportación a la preservación de la vida y la armonía entre los pueblos.
Nuestro país ha sido siempre un impulsor decidido a luchar por la pacificación y por la buena marcha del mundo. En varias ocasiones, desde la Asamblea General de las Naciones Unidas, ha enarbolado el principio fundamental de la Carta de la ONU en cuanto a la No Agresión y Libre Autodeterminación de los pueblos.
Cuando había triunfado la Revolución Cubana en 1959 y todos los pueblos del continente americano -muchos de ellos gobernados por generales que llegaban a la presidencia de sus pueblos por medio de golpes de Estado-, acordaron apoyar la propuesta de Estados Unidos para condenarla, sólo el pueblo de México se alzó en contra de esa propuesta, demandándola y descalificándola. Hoy, el pueblo cubano lo reconoce y lo agradece. Basta con que usted visite la isla y sepan que es mexicano, para que se lo digan de inmediato, con pelos y señales.
Esta vocación pacifista de México nos debe de enorgullecer enormemente.
Hay que decirlo, es vocación diplomática de un solo partido, el Partido Revolucionario Institucional, el PRI.
La llegada de Enrique Peña Nieto ha vuelto a retomar esos principios fundamentales de México que, me apena decirlo, no fueron distinción del PAN en el poder. Basta recordar el “comes y te vas” del presidente Fox al comandante Castro, y el gran pleito que compró el presidente Calderón con otro presidente tan de mecha corta como él, el francés Sarkozy, cuyo revuelo mediático ocupó la comunicación del mundo. Con el tiempo, el asunto de Florence Cassez, la mujer involucrada en el secuestro de dos mexicanos y que fuera ampliamente publicitado y que esta columna lanzó su protesta furibunda por el hecho y su repatriación, con el testimonio hecho libro de un hombre probo como Luis de la Barreda y el desprestigio paulatino del súper secretario de Seguridad de Calderón que hizo un montaje televisivo después de haberlos aprehendido para crear un circo virtual ya demostrado, ha sido favorable a la francesa que no participó en tan delicado asunto.
Ha llegado el nuevo presidente francés, Hollande, a nuestro país. El representante de la Cuna de la Democracia del planeta ha cubierto de elogios a nuestra nación y a su presidente. Se agradece de quien viene porque es un elogio a todos los mexicanos.
El presidente francés ha invitado a Enrique Peña Nieto a que visite Francia el próximo 14 de julio de 2015 en el marco del aniversario de la Revolución Francesa que los galos le dan una especial significación.
Este acto protocolario aparentemente insignificante es el reconocimiento de un país indiscutiblemente democrático a otro que va camino de consolidación de un proceso que habrá de ponernos en primera fila en el concierto internacional de las naciones del mundo.
Es tejido fino de dos presidentes inteligentes.
México avanza.