Agustín Contreras Stein
A unos cuantos días de que se concrete, verdaderamente, la sucesión gubernamental, el Estado vive una etapa de amargas experiencias en materia política, económica y social.
Los conflictos políticos postelectorales, aunados a la imperante corrupción que ha generado desestabilidad económica en todos sectores de la población, han propiciado que se hable, incluso, de una falta incipiente de gobernabilidad.
El orden prácticamente se ha perdido.
El Estado navega ya sin rumbo y a la deriva del mismo, aumentan los problemas de su propia administración.
Los autores del desastre huyen. Nadie quiere ver la conclusión de un gobierno cuyo responsable está más ocupado en defenderse de las acusaciones diarias por delitos cometidos en el ejercicio de sus facultades que atender los reclamos de una sociedad ya cansada de tanta corrupción.
Los maestros se unen. Piden el cumplimiento de los compromisos laborales y para exigirlos toman calles, carreteras y caminos.
Líderes que llegan a los acuerdos con autoridades, pero que sus agremiados ya no respetan, porque no ven en sus bolsillos los recursos que les corresponden.
Y no son los únicos, pues desde la Universidad, hasta los proveedores, empresarios de la construcción y prestadores de todos los servicios se han puesto en el plan de rescatar lo que es suyo. El caos, en todos los sentidos, se ha apoderado de un estado, otrora caminado por el sendero de la estabilidad, la tranquilidad y su propio desarrollo.
Todo mundo teme, pues aparte de las graves condiciones en que se desenvuelven los últimos día se este gobierno, hay la sensación de una manifiesta intranquilidad. Los padres de familia, preocupados por sus hijos, prefieren dejarlos en sus casas, sin exponerlos a la permanente inseguridad que se aprecia por todas partes. Algo nunca visto en Veracruz.
El norte, centro y sur de la entidad son regiones agobiadas por la violencia y la inseguridad. El Gobierno federal hace lo imposible por resguardar a los veracruzanos, después de haber dejado crecer la ola delincuencial y que ahora resulta casi imposible garantizar su seguridad. Esta es la fecha en que todas las miradas y atención se centran precisamente en los hechos que suceden en Veracruz. Todo mundo se pregunta por el incierto futuro que le espera y los veracruzanos, a la expectativa, causan lástima y desolación.
Así está por concluir una administración con hechos realmente bochornosos para un estado que siempre había gozado del respeto y que históricamente había desempeñado un papel importante en el desarrollo de la nación.
Así, un estado que se ha dicho altamente politizado se ve envuelto con el propio manto de propia actividad política y se ve inmerso en aquella sabia declaración de que un pueblo tiene el gobierno que merece.
¿Y acaso Veracruz merece el Gobierno que ha tenido?
Hoy, Veracruz se encuentra en llamas y parece que ésta es la mejor definición que se le puede dar ante los cientos de acontecimientos que se suscitan diariamente.
La otra orilla del sexenio se avizora y nace la esperanza de que pronto el Estado de Veracruz se recupere, pues bien se dice, también, que no hay mal que dure 100 años y el presente sexenio termina, precisamente, en dos meses, aproximadamente, tiempo en el cual no cesarán los conflictos políticos, tampoco los económicos y los sociales, pero hay siempre la esperanza de que algo bueno pueda suceder.
Veracruz, sin embargo, aún sigue de pie.
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