Desde las 4 de la mañana hasta las seis de la tarde, no paraba en la faena cotidiana. Después de cenar, a las siete de la noche, caía exhausto y dormía más de ocho horas de continuo para reanudar la labor del otro día. Me acuerdo como si fuera ayer.
Una noche estábamos cenando en la Zacualpa, en noche de luna llena y estrellas en abundancia. De repente, el cielo se oscureció acompañado de un zumbido insoportable. Me espanté.
—¿Qué está pasando? Le pregunté a don Laco.
—Es la langosta. Mañana veremos cómo nos fue.
—¿Cómo nos fue? ¿Qué quieres decir?
—Mañana lo verás.
Ya no pude dormir, porque el zumbido duró muchas horas. En cuanto salió el sol me acerqué a la cocina en donde ya estaba mi papá tomando café.
—¿Quieres café? Me dijo.
—No. Quiero ir al potrero lo más pronto posible, a ver “cómo nos fue”.
Era un desastre.
El zacate gigante, que era el que se usaba en la Zacualpa con muy buenos resultados, no existía en el potrero. Quedaban pocas varitas de aquel zacate que era más viejo y había desarrollado tallo.
No había quedado nada. Todo se lo había comido la langosta como si hubiera sido una trituradora enorme que devoraba todo vestigio vegetal a su paso. Era una de las plagas de Egipto, de la que nunca habré de olvidarme.
Pasaron los años. En la época de Echeverría, Fausto Cantú Peña, uno de los primeros directores del Instituto Mexicano del Café si no el primero, lanzó una frase lapidaria en torno de la principal plaga del café, la roya.
—Debemos, los que nos dedicamos al cultivo del café, aprender a vivir con la roya, dijo.
Yo, que no sabía nada de esa plaga, me pareció interesante e inteligente aprender a vivir con el enemigo, a manera de convivencia acotada, siempre alerta y dispuesto a obrar en respuesta en caso necesario.
Lo cierto es que la Roya de aquella época acabó con los cafetales de México, con los capitales de muchos productores al grado que la tragedia se enseñoreó por toda la república.
Mientras, los cafetales de otras latitudes de la tierra que no habían tenido esa maldición que arrastra y destruye la vida de los productores, en esa época el café en México era el segundo generador de divisas más importante después de la producción petrolera, y los que vivían de la gramínea se contaban por millones, 300 mil tan sólo en Chiapas, mataron víbora en viernes, adueñándose del mercado internacional de un día para otro, durante muchos años.
Hace unos días, un amigo me pidió si le podía conseguir algunos quintales de café. De inmediato lo intenté.
Mi sorpresa fue grande. No había café disponible en Chiapas porque la Roya había hecho de las suyas. Éstas son tragedias reales.
En esta época pueden enfrentarse si se toman las precauciones necesarias con tiempo, con muchos años de dedicación y de cuidado. Pero no fue así.
Habrá que pensar en qué hacer de manera mediata para la próxima crisis. Se me ocurre desarrollar el turismo de naturaleza y aventura.
En Colombia cada productor de café, así sea modesto, ha construido un hotel pequeño de dos o tres habitaciones. Todos se cuidan y todos se promueven. Juntos, hacen muchos cuartos que ahora los convierten en una potencia turística al respecto.
¿Será posible que esto pase en México?