Maite Azuela
Columnista invitado
El presupuesto con base cero implica un importante recorte de recursos que se destinaban, entre otros rubros, a políticas públicas de salud, educación y combate a la pobreza. El gobierno federal está previendo una reducción de 124 mil 300 millones de pesos al gasto federal para 2016.
Lo interesante no es sólo que se le llame presupuesto base cero a un mecanismo que dista mucho de serlo, sino que las áreas más afectadas por la tijera federal serán aquellas en las que se atiende a la población más vulnerable.
Por lo que se refiere a salud, lo proyectado para el presupuesto base cero conduce a una reducción de programas presupuestales ya comprometidos que pasa de mil 97 a 851 sin que se hayan definido todavía los montos que tendrá cada uno. En el caso de educación, una cuarta parte de los programas del gobierno federal se fusionarán, entre ellos, los de Escuela Segura y de Calidad, y se crearán dos nuevos: el programa nacional de inglés y otro para la convivencia escolar. A esto se agrega que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) deberá pasar de 10 a cuatro programas. Y por lo que respecta a desarrollo social tan sólo en el caso de los proyectos para el campo se reducirán a 150 programas diseminados en diversas instituciones del gobierno federal.
Estos son sólo algunos ejemplos de cómo el gobierno federal planea meter tijera a rubros prioritarios para el sostenimiento de programas cuyo destino directo se hacía tangible en las necesidades básicas de la población, peor aun cuando los resultados de CONEVAL arrojaron un crecimiento de dos millones de pobres.
Sin embargo los partidos políticos quedan intactos y con un presupuesto que resulta más que abusivo para sus labores de proselitismo, labores que a final de cuentas no les reditúan realmente para ganar credibilidad entre la población. Son cada vez más notorios los niveles bajísimos de confianza que tienen los partidos políticos, que en gran medida están vinculados a su excesivo gasto de recursos públicos, el rebase de topes de campaña con recursos tanto públicos como privados y sobre todo la similitud que tienen en sus plataformas, su forma de hacer campañas políticas, además de la promoción y votación de iniciativas legislativas en las que son excepcionales las disyuntivas en las que muestran ser distintos unos de otros.
Sobran encuestas para comprobar que los partidos políticos son las instituciones con menor confianza entre la población mexicana. De acuerdo con la última encuesta publicada por el periódico Reforma, los partidos bajaron de tener una desconfianza del 73 por ciento en abril a 82 por ciento en agosto de este año. De todos es bien sabido que los partidos políticos son un muy buen negocio familiar y personal.
¿Es verdaderamente inocente solicitar que los partidos políticos evalúen la posibilidad de reducir radicalmente su presupuesto? ¿No comprenden que la confianza que pierden minuto a minuto está directamente relacionada con el despilfarro injustificado con el que sostienen a sus burocracias? ¿Han evaluado seriamente el impacto que tiene la saturación de publicidad sobre la obtención de voto? ¿Están dispuestos a que los rubros con los que se invierte en las capacidades básicas de la población se reduzcan radicalmente mientras sus dineros quedan intactos?
Los cinco mil seiscientos sesenta y nueve millones de pesos que se destinaran sólo para la movilización federal de los partidos parece que no sufrirán recorte alguno. En este momento clave en el que el gobierno federal deberá rediseñar su mecanismo de presupuesto con base cero, es crucial que los partidos políticos asuman la responsabilidad que les corresponde no sólo para asegurar la viabilidad de los programas destinados a mantener la salud, la integridad y el desarrollo de las personas, sino a poner su respectiva cuota de ahorro con un tijerazo de consciencia y solidaridad.