Mario Melgar Adalid
Columnista invitado
Aurelio Nuño trabajará en el escritorio de José Vasconcelos. Ese mueble, que forma parte de la historia de México, tiene una energía especial, quizá porque fue ahí en donde Vasconcelos, ese hombre ilustre, pensó y realizó su cruzada educativa, el mayor esfuerzo nacional por rescatar a una mayoría del pueblo de la ignorancia y los atavismos.
Álvaro Obregón, el caudillo, creyó en el maestro Vasconcelos para llevar a cabo esta tarea y, afortunadamente, no tuvo empacho en resolver las exigencias financieras de la campaña educativa, que regateaba el secretario Alberto J. Pani, con el argumento de que las finanzas públicas estaban quebradas.
Hace algunos años el entonces rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, le recordó a la titular de la Secretaría de Educación, Josefina Vázquez Mota, que no solamente tenía el cargo de Vasconcelos, sino también la mesa y el escritorio del maestro. Además —le dijo— “ese escritorio pertenece a la UNAM y así esta inventariado”. La después candidata perdedora a la Presidencia de la República, le respondió al rector, según crónica de Gabriel Zaid, que estaba “segura de que nuestro rector aceptará, con gusto y beneplácito, que ahí permanezcan, para no olvidar jamás que el espíritu mismo de la Secretaría de Educación Pública, está inspirado en el aliento y el propósito de esta casa de estudios (la UNAM)”. El rector concluyó el incidente, para aclararle que los universitarios ven con simpatía que “tanto la mesa de trabajo, como el escritorio permanezcan en la Secretaría de Educación Pública, para que no se olvide que la Secretaría se concibió, se creó y se diseñó en la Universidad”.
De aquellos afanes de Vasconcelos, llegamos hoy en día a un sistema educativo en que la educación, según lo confirma el propio gobierno, no tiene calidad, en que no se sabe a ciencia cierta, cuántos maestros (¿decenas de miles?) cobran sin trabajar. La SEP es una institución gigantesca y llena de complejidades, pensemos que incluye a 35 millones de estudiantes, 235 mil escuelas, 2 millones de profesores y la mitad del presupuesto federal. Produce 238 millones de libros de texto y aun así, existen en el país 5 millones de niños que no saben leer ni escribir, 10 millones de analfabetas funcionales y 17 millones de personas que no han terminado la educación básica. En dos palabras: un fracaso.
Es la educación una de las funciones más relevantes del Estado. Y en México, desafortunadamente, es una promesa todavía incumplida. Los datos que arrojan las evaluaciones, reprueban sistemáticamente a los educandos mexicanos. Año con año ingresan a las universidades, alumnos con una muy deficiente preparación, quizá en gran medida por la perversidad de haber permitido al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), uno de los más grandes del mundo, convertirse en dictador de la política educativa, definiendo, en buena medida, los términos de la enseñanza nacional. Todo ello y más, ha hecho del proyecto educativo mexicano un fracaso que persigue y entorpece los propósitos de modernización, igualdad, Estado de derecho y lucha contra la corrupción.
El nuevo secretario, Aurelio Nuño, es nuevo en el ambiente educativo, como es nuevo en la agenda nacional. Lo cierto es que, nunca antes, ningún otro secretario de educación había llegado de la nada, al más alto cargo del sistema educativo. Sus antecesores son mexicanos de la talla de José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez, Narcisco Bassols y Jesús Reyes Heroles, entre otros. Habrá que ver cómo le quedarán estos zapatos al nuevo funcionario.
@MarioMelgarA