Luis Felipe Bravo Mena
Columnista invitado
Al presidente Peña Nieto le dieron las 12 del medio día de su sexenio con el carro atascado. El motor de las reformas estructurales no alcanzó a desarrollar todo su potencial porque los conductores no supieron activarlo.
Tampoco despegó la economía; la reforma fiscal —el error de septiembre 2013— en lugar de acelerador fue un freno de mano. Con este lastre y los factores externos alineados en contra, no se ve un panorama alentador para los próximos tres años.
La estrategia de seguridad es un enigma. Nadie sabe en qué consiste; las optimistas estadísticas ofrecidas en su Informe sobre la reducción de los delitos y la violencia no soportan el cotejo con la realidad que vivimos.
La política social produjo votos y diputados para la holding multipartidaria oficialista, pero no se avanzó en desarrollo humano.
El grupo que nos gobierna no pasó la prueba de honestidad y transparencia. Escándalos, abusos y frivolidades de todo tipo hundieron la confianza. Su legitimidad está herida de muerte.
El gobierno sabe que los mexicanos lo reprueban. Nunca antes se habían visto tan bajos niveles de aprobación a la gestión presidencial como los que se registran en diversos sondeos. Los habilidosos estrategas del grupo en el poder dicen que la encuesta que les importa es la electoral, se regodean en los artificiosos resultados del 7 de junio que le dio a un muégano variopinto la mayoría en la Cámara de Diputados. Viento en popa, pues. Pero en su fuero interno les escuece que no tienen sustento popular, se balancean en la orilla del despeñadero. Su sonoro triunfalismo se torna afónico frente al esperpento populista que ya se asoma entre las masas agraviadas por los resultados del mal gobierno. Andan nerviosos e irritables, enseñaron el cobre en la sesión de instalación de la LXIII Legislatura.
A regañadientes el régimen se reorganizó para salir del atolladero y encarar la segunda mitad del periodo constitucional. Primero se operó la reunificación de la familia revolucionaria, inquieta ante los desfiguros de los preferidos del primer círculo. Los excluidos del anillo de oro dieron un manotazo y se impusieron. Se llamó a dirigir al PRI a un experimentado mariscal todo terreno, para evitar que la organización política se desbandara. Acto seguido el gabinete se remodeló a lo gatopardo: enroques y ascensos con sangre joven para sacar al auto de la barranca, y de paso bajarle los humos a quienes ya se veían con la banda tricolor en el pecho. Con el equipo reconfigurado se operará la fase de relanzamiento.
En su mensaje con motivo del Tercer Informe el Presidente estableció 10 medidas del salvamento. Se pueden agrupar en cinco líneas generales: Estado de derecho, impulso al desarrollo de las zonas y sectores más rezagados, refuerzo a la reforma educativa, creación de la Secretaría de Cultura, conducción económica austera con estabilidad macroeconómica y desarrollo de infraestructura.
Nadie podría objetar los propósitos anunciados. El problema es que en lo que va del sexenio ya hemos escuchado varios decálogos semejantes, anunciados a toda trompeta, que pronto se convierten en papel mojado. Si la urgencia es superar el escollo y reconquistar la simpatía de los ciudadanos esta vez no pueden fallar. De nada sirven los miles de millones de pesos en propaganda para crear una percepción de éxito, cuando en los hogares mexicanos no hay ingresos dignos, ni bienestar, ni seguridad, ni esperanza.
El gran peligro consiste en optar por la salida fácil; gastar y cooptar con dádivas y derramas de efectivo a nombre de los planes anunciados pero sin coherencia entre ellos, sin sustento en ingresos y apalancados en más déficit y deuda. Si esto ocurre ciertamente relanzarán al PRI pero arruinarán de nueva cuenta al país.
@LF_BravoMena