Rubén Pabello Rojas
Se ha celebrado la Cumbre de las Américas en Panamá. Indiscutiblemente con alcances históricos, sin la menor duda. La presencia de actores políticos de alto relieve en la región, sustentando las posturas que, en su calidad de jefes de Estado o presidentes de sus naciones, dieron contenido a la reunión, colocan a ésta como un hito en el desenvolvimiento de este ya no tan nuevo continente.
Cuba y Estados Unidos se llevan la mayor atención después de medio siglo de discurrir por distintos caminos enfrentados social, política y económicamente. Cuba, pequeña isla antillana de apenas 11 millones de habitantes en la actualidad y con 110 mil kilómetros cuadrados de territorio, veinte veces menos que México y con la décima parte de su población, se engrandece al triunfo moral de su lucha de más de cincuenta años.
Imposible relatar la historia isleña frente a un destino sui generis desde que es tocada por el descubridor español en 1492. Lo que sí es posible decir es que ese destino ha estado pletórico de acontecimientos mayúsculos, que han ubicado a esa pequeña región insular como uno de los grandes pueblos, llamados por la historia a lo largo de su vida, después del descubrimiento de América, sin acudir a sus etapas anteriores.
Cuba fue el territorio base de España para de ahí conquistar y dominar el resto continental del Nuevo Mundo. Por ello su papel es rico en acontecimientos. Sus luchas por la independencia de su ajena metrópoli madrileña, después contra Francia y sobre todo contra Estados Unidos, que surgía como gran potencia, templaron su carácter nacional sin perder su ánimo de pueblo tropical amante de la música y el baile que después exportaron al mundo.
Hace medio siglo se produjo el gran diferendo con Estados Unidos con la revolución que encabezó Fidel Castro. Sin ir a detalles, los cubanos hicieron alianzas con poderosas naciones socialistas, enemigas de sus enemigos, y en la adversidad resistieron cuando el régimen socialista cayó e hizo caer, en su derrumbe, toda una época de la historia mundial al arrasar también al Muro de Berlín que simboliza el final de la Guerra Fría, extendida consecuencia política de la Segunda Guerra Mundial.
Y Cuba soportó las tempestades y sufrió la orfandad política y económica al perder el apoyo soviético. Las condiciones del devenir global modifican posturas y políticas en el ámbito internacional. Hoy un presidente de Estados Unidos, de raza negra, muestra de la autenticidad de un país que pregona la Democracia, intenta una nueva era de relaciones con la pequeña Cuba, que con su postura y resistencia se engrandece frente a la mayor potencia mundial.
Los hechos que producen esas conductas de política internacional no son tan claros ni tan simples. Dentro del país más poderoso de las Américas, existen intereses nacionales contrapuestos. La resistencia mayoritaria de los demócratas en las cámaras legislativas ha dejado al presidente maniatado para ejercer su función, en los terrenos donde necesita el consenso de los legisladores republicanos que ahora ostentan la mayoría.
Esto ha dejado caer al presidente Obama en la figura festiva que los políticos americanos han bautizado como “el pato cojo”; es decir, sin la posibilidad de ejercer a plenitud el poder ejecutivo. Ahora lo han acotado. No obstante, el presidente de Estados Unidos tiene un espacio, dentro de sus funciones legales, en el cual no necesita de la autorización del Congreso para actuar.
Es en esa zona donde ahora Obama intenta el acercamiento diplomático con el país castigado. Por supuesto, el embargo a que se ha sometido a Cuba no es algo menor, ni en lo económico ni en lo ético, ni moral. Este será un punto álgido que todavía dará muchos problemas y negociaciones para superar.
Ahora habrá que esperar a ver cómo reaccionará el ala conservadora de los americanos, desde el punto de vista de los intereses estrictamente políticos, frente a la sucesión de su presidente en 2016. La postura de Obama es a todas luces una respuesta a la atadura de manos que los republicanos han dado a su gestión. El presidente de los Estados Unidos no puede ocultar, frente al mundo, su debilidad política, el aislamiento a que lo tienen sometido sus contrapartes en la política interna de su país.
La Cumbre de las Américas de Panamá ha servido también para que diversos países del Cono Sur hayan aprovechado para manifestar sus agrios rechazos a la potencia del norte. Ecuador, Bolivia, Argentina, Nicaragua y sobre todo Venezuela, tuvieron la oportunidad de oro para desahogar todas sus quejas y sentimientos antiyanquis contenidos, lo que hicieron a plenitud.
Otros países mas moderados también expusieron sus cuitas, como Brasil. Mexico que en el siglo pasado fue líder moral de la región, cuando apoyó la Revolución Cubana en sus inicios, fue solamente remedo de aquellos lances que lo cubrieron, entonces, de dignidad, al fijar una postura diplomática internacional, que la propia Cuba reconoció agradecida.
Hoy Mexico asiste con una postura tibia, de mero trámite, muy disminuido, rebasado por otros países de la región que hacen oír la voz de sus pueblos de manera digna y fortalecida. La política exterior mexicana ya no es aquella que tuvo el reconocimiento y respeto de la comunidad internacional cuando la Doctrina Estrada que sostenía el derecho de los pueblos a ejercer la no intervención y la libre determinación de las naciones.
Todo ese prestigio lo pisotearon los gobiernos panistas con una política exterior conservadora. Habrá que recordar a Vicente Fox cuando pide a Fidel Castro aquel “comes y te vas” que éste aprovechó para exhibirlo públicamente. Desafortunadamente Mexico no tiene mucho que aportar en estos días; en los foros internacionales, priva la imagen de un país con profundos problemas sociales no bien resueltos.