Manuel Zepeda Ramos.-
Cristalazos. En los noticieros televisivos nacionales lo vimos.
Las inmediaciones de Florencia y Paseo de la Reforma, fue la zona de guerra.
Como quien ve a una boa comiéndose a su presa previamente asfixiada, sin posibilidades de hacer nada, sucedieron las cosas.
Desde la pantalla chica observamos a clientes de los establecimientos comerciales de servicio, a los comensales de los restaurantes que los pillaron comiendo; todos los ciudadanos, sin excepción, impávidos ante lo que estaban observando desde dentro, preocupados también por su seguridad, por lo que les pudiera suceder.
Escenas dantescas.
Un joven de más de 20 años le prendió fuego a una puerta de uno de los comercios de Paseo de la Reforma. Como si fuera un soplete, de inmediato las llamas alcanzaban los tres metros de altura.
Más jóvenes, salidos de todas partes y de ningún lado, destruían todo a su paso.
Con botes para la basura, esos basureros caros y elegantes de aluminio; con bombas contra incendio; con conos que separan carriles improvisados para poder circular; con tubos, con lo que tuvieran a la mano, vimos cómo cada cristal de más de ocho metros cuadrados, sucumbían ante el avance de la marabunta destructora.
Millones de pesos en pérdidas, todos a cargo de un centenar de “anarquistas” quienes, como las ratas de la ciudad de México, salen de las alcantarillas, de repente, para realizar en pocos minutos su eficaz labor destructora. Y desaparecen, con solo quitarse la capucha ¿quién va a pagar todo?
La Comisión Nacional de Derechos Humanos, con Director Nacional recién nombrado, hizo su aparición. Sus funcionarios o trabajadores, vestidos con chamarras blancas, rodearon a la multitud destructora para que los granaderos no los tocaran ni con el pétalo de una rosa. Así avanzaron, cientos de metros, hasta una estación del Metro para que por allí salieran hacia los vagones y emprendieran la retirada. Las fuerzas del orden pudieron capturar a tres anarquistas para ponerlos al alcance de la justicia. A las pocas horas, los integrantes de la banda destructora que hizo lo que vimos a la propiedad privada y a la tranquilidad de miles de transeúntes y consumidores de los productos de los establecimientos destruidos, salieron baja fianza de poca monta, ya que sus delitos están considerados como delitos menores. Eso sí, los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional que negocian con los funcionarios federales la vuelta a clases con un Poli paralizado desde hace casi dos meses que ya preludia la pérdida del semestre, se negaron a seguir dialogando porque uno de los tres detenidos por destruir el patrimonio de la Ciudad de México era de una vocacional del IPN.
Mal.
El desorden nos abruma. Y las falsas interpretaciones de algunos ciudadanos y organismos fundamentales de Derechos Humanos, también.
En el desalojo del Zócalo, después de que la marcha hacia él había sido un dechado de orden encabezado por los papás de los desaparecidos, una vez que el mitin terminó y los padres ofendidos se retiraron junto con la mayoría de las familias asistentes abandonando la gran plancha simbólica de lo que hemos sido, los “anarquistas” hicieron su aparición cargados de violencia. Cual tenazas humanas, rompieron las vallas metálicas como si fueran de chicle, provocando con bombas molotov y piedras de gran tamaño a las fuerzas del orden que resguardaban el Palacio Nacional. En vivo y a todo color, vimos cómo los granaderos cargaron hacia ellos, hacia los “anarquistas”, haciendo una acción envolvente para “encapsularlos”, como reza el argot de represión. Pero también vimos correr a familias enteras, algunos con niños en brazos, porque la acción era inminente. Todos pensamos que esa marcha iba a terminar en tragedia y más de uno pensamos que podía haber sido provocada para poner más víctimas en el hervor nacional. Afortunadamente, no fue así. Lo que si fue, estuvo a cargo de una abogada que dijo en la televisión que fue perseguida por la policía para reprimirla por estar ejerciendo sus derechos.
Otra vez mal.
¿Por qué se quedaron en el Zócalo después de que la manifestación se disolvió y los oradores callaron? No lo entiendo. 15 minutos después de concluido el mitin, el zócalo era tierra de nadie por las provocaciones criminales de los anarquistas. Quien se quedó, fue irresponsable.
El martes de hace una horas, caminando por Isabel La Católica como a las cinco de la tarde, pude ver a una mujer de avanzada edad, de carácter fuerte, que arrancó con su vocho, a pesar de tener puesta la araña que lo inmoviliza. A ella no le importó. Se lanzó por la avenida de adoquín centenario con todo y el adminículo inmovilizador, rayando la piedra antiquísima que hace las veces de piso. De inmediato fue detenida y, seguramente, ya está en algún reclusorio por daño al patrimonio nacional, por lo que se persigue penalmente.
Dos asuntos similares que tiene un distinto resultado. Los “anarquistas” libres; la viejita imprudente y enojona, a lo mejor sigue declarando.
Ese mismo día, Diego Fernández de Ceballos pidió una Comisión de Derechos Humanos para los policías, porque la que está no los considera humanos. No los defienden.
La propuesta presidencial del Estado de Derecho debe de legislar al respecto. Todos los vándalos salen, a pesar de su gran poder destructivo y mortal. La sociedad civil los apoya; lo hemos visto.
Hay desorden judicial, Fuenteovejuna.