Rubén Pabello Rojas.-
Los lamentables acontecimientos acaecidos en Guerrero, en la llamada tierra caliente, en Iguala, Cocula y la región, han destapado una caja de pandora de dimensiones inconcebibles. Lo que ha estado pasando en ese estado es inaudito y no se puede concebir cómo las autoridades del gobierno del Estado no se dieron cuenta del terrible deterioro criminal que ahí sucedía.
Dónde estaba el gobernador Ángel Aguirre, mandatario por segunda ocasión. Dónde se escondía de su obligación el procurador y todo el sistema persecutorio del delito. Es imposible que todo el desorden del grado que se dio en Guerrero fuera desconocido por las autoridades. Debe exigirse responsabilidad y de no hacerse, también entraña complicidad y delito.
Todo este insoportable episodio ha venido a sacudir conciencias y espacios de poder público en sus más altas representaciones. La magnitud del problema ha despertado de un letargo al público, a la instancia ejecutiva de la República. Hoy se pronuncian discursos de sentidas lamentaciones, ofertas de recomposición del tejido social, más lastimado que nunca. Condolencias.
Decálogos y planes tendientes a restañar y recuperar partes del territorio nacional perdidos por abandono de décadas, sin justificación válida, lo que ha dado estos funestos resultados. El debate secular, desde que México surgió como nación independiente es: ¿cuál régimen es el más adecuado para el funcionamiento del país: Federalismo o Centralismo?
A través de la historia, en sucesivas épocas, se han practicado los dos métodos. En el siglo XIX fueron alternativamente impuestos, con resultados que dejaron qué desear. Sin embargo se identificó al centralismo como tendencia ideológica conservadora y al federalismo como postulado por los pensadores y políticos liberales.
Así se ha mantenido con obvios matices este pensamiento hasta la fecha. Pero he aquí que en estos días, se ha revelado de manera palmaria que el régimen federal ha tenido grandes fallas, en cuanto a que, tanto algunas entidades como gran número de municipios, han renunciado a cumplir cabalmente sus obligaciones y han permitido un aflojamiento en su función, que al devenir en debilidad, ha propiciado el avance y apoderamiento del crimen en sus territorios gobernados.
Esto hace volver la vista al poder central que resulta ser el único más o menos fuerte para poner orden en donde lastimosamente se ha quebrantado. Al comienzo del siglo actual, los clarines que anunciaban el fortalecimiento del Federalismo sonaron estruendosamente. Igual las fanfarrias que elevaban al Municipio Libre como una de las fórmulas idóneas para llevar hacia adelante al país.
A casi 15 años de aquel intento renovado por dar a México instituciones fuertes por medio del régimen federal y relanzar por enésima vez al municipio, se advierte que en algunos sitios del país, ello no ha funcionado y es por medio de mecanismos intervencionistas del poder central a los que se ha tenido que apelar para rescatar del despeñadero, a algunos estados de la vertiente del pacifico y a uno, Tamaulipas en el Golfo de México.
Sin caer en posturas ideológicas, sin teorías, sin doctrinas, de manera pragmática, viendo el interés nacional, cabe preguntar ¿qué sistema es el que conviene a México, el poder central fuerte y dominador de las provincias o el libre gobierno de éstas sin ningún control poderoso que guie por caminos de orden y prosperidad a los estados? No se sabe.
Desde el mandato constitucional México es una federación, en la práctica requiere de gran intervención del gobierno central fuerte. Sigue pues, abierta la incógnita de cuál es el régimen que más conviene a este ahora nuevamente, secularmente, atribulado país.
Ahora que pensándolo bien a lo mejor no se trata del sistema sino de los hombres que operan ese sistema y que si lo hicieran bien cualquier método funcionaria. De ahí que se llegue a una conclusión genial, igualita al descubrimiento del hilo negro y el agua tibia: lo que falta es cumplir la ley. Este remedio tan sencillo pero tan increíblemente difícil de lograr sería el remedio mágico que superaría el trance por crudo que fuera.
Pero no, hay que darle mil vueltas, hacer planes, proyectos, programas, decálogos, todo lo que siga aumentando la espesa burocracia nacional, diagnósticos, estudios, reuniones, análisis, todo, todo, todo. Menos cumplir la pobre ley. Hoy ya salieron los consignados por los desordenes de días pasados. Las autoridades de procuración de justicia no pudieron acreditar las responsabilidades que todo México vio. El juez que es muy justo, los puso en absoluta libertad.
Parece de ópera bufa, vulgar ludibrio, si no fuera un drama enajenador. Esa es la ley que sí se cumple escrupulosamente. ¿Entonces?