Iván Daniel Montero García/
Inesperadamente 43 hombres llegaron al cielo. No sabían dónde estaban, hasta que uno estornudó y de su espalda brotaron dos hermosas alas. Microfixión
Haciendo honor a la milenaria tradición mexicana de ser impuntual, llego aproximadamente 43 minutos tarde a mi primera sesión de la asignatura Análisis del Discurso, y me encuentro con la sorpresa de que en el salón, donde coinciden periodistas, comunicólogos y sociólogos de Irán, China, Grecia, Colombia, Brasil, Chile, España, Euskadi y Cataluña (los dos últimos se diferencian por evidentes razones independentistas) se discute si existe un ‘Holocausto a la mexicana’ como recientemente lo tituló un diario ibérico, lo cual en lo particular, me duele que en estos días solo se hable de México por el caso Iguala-Ayotzinapa —aunque es necesario— habiendo tantas cosas buenas que, sabemos, existen en el país.
No nos metamos por ahora en el análisis discursivo de si el término ‘Holocausto’ está siendo usado a la ligera o no, lo que es de llamar la atención es que la violencia sea ahora lo más representativo que se exporte de nuestra nación, junto con el tequila.
Desde hace varios años ya, México vive tal magnitud de violencia que nos ha hecho pasar de la rabia y la indignación a simplemente verlo como algo normal, algo natural, la vida cotidiana; sin embargo, para otras personas que viven en realidades donde confían su vida y su tranquilidad a las autoridades públicas, este episodio resulta monstruoso.
Al ser el único mexicano en este lugar tuve que explicar el contexto de lo sucedido, lo cual provocó asombro y horror en algunos cuantos quienes no comprendían cómo un alcalde y su policía, quienes están a cargo de preservar la seguridad de la ciudadanía, eran los responsables de este ominoso acto.
Lo que ellos tampoco comprendían es que los mexicanos somos dados a exigir la renuncia de autoridades federales, estatales y municipales porque no actúan en contra de los criminales, pero a su vez no participamos en la vida democrática del país para elegir mejores autoridades; que exigimos a los funcionarios que elegimos que actúen en contra de la corrupción que impera en estructuras gubernamentales; sin embargo seguimos sobornando al agente de tránsito que nos detuvo por conducir en estado de ebriedad.
Para culminar mi contextualización, y aunque observé que a muchos les sonó a perorata, dije que el cambio debe empezar por nosotros mismos porque aunque es difícil cambiar generaciones y generaciones de corrupción que han derivado en esta extrema violencia, alguien tiene que empezar el proceso y podemos ser nosotros quienes dejemos un mejor país para nuestros hijos, nietos y bisnietos para que nunca más vuelva a ocurrir un caso como el de los 43 normalistas, y demás secuestros, desapariciones y homicidios que justifiquen el uso de la palabra Holocausto.
¿A quién no le gustaría asombrar al mundo con acontecimientos maravillosos que pasan en su país y no aberrantes como el caso Iguala-Ayotzinapa? A mi sí.
La Rambla. Gracias por esta oportunidad que aquí comienza.
Aclaraciones:
@YvanDanMoGia