Manuel Zepeda Ramos
Temprano. La jornada trascendente inicia con el izado de la bandera Nacional, señal de acciones importantes. Asisten todos los funcionarios que dieron cuerpo nuevo al invento electoral de la reforma cuyo IFE, eficiente y efectivo iniciado por José Woldenberg hace 15 años, ya cumplió su cometido. El de ahora, Lorenzo Córdoba lo encabeza. Días antes, los estados del país que habrán de tener comicios para gobernador, diputados federales, municipios y renovación de los congresos locales, también estrenaron funcionarios electorales.
El martes 7 de octubre, con la insignia nacional a toda asta, arrancaron los trabajos que habrán de culminar el domingo 7 de junio del próximo año —coincidente con el día de la libertad de expresión—, que habrán de renovar el poder ejecutivo en nueve entidades federativas, las Curules de la Cámara de Diputados en San Lázaro, la Asamblea de Representantes en el DF, 900 presidencias municipales y 639 diputaciones locales.
Es el nuevo instituto Electoral, el ahora llamado INE que quiere decir Instituto Nacional Electoral.
Desde hace tiempo hay efervescencia política en los territorios electorales de México en que se va a contender el próximo año. Es una fiesta electoral en donde los miles de protagonistas y pocos los escogidos hacen gala de todos sus conocimientos, sus estrategias de seducción y convencimiento, sus relaciones políticas y otras no tanto, para poder llegar a ser representantes populares por un período de tres y seis años, tiempo en el que deberían estar en nichos de cristal que permitieran la observación cotidiana y estricta de sus acciones en beneficio de quien los eligió para realizar la mejor de sus tareas: el pueblo de México. Transparencia obliga.
Representar el querer y el sentir del electorado debería ser un asunto muy serio.
Cada tres años, los escándalos judiciales se multiplican en las regiones de México. Una muestra representativa de presidentes municipales del país que dejan de serlo, son perseguidos por la justicia o, cuando menos, se esconden sabedores del pecado cometido.
Cada tres años me pregunto lo mismo: cómo es posible que siga habiendo ciudadanos interesados en ser presidentes municipales si tres años después habrán de andar a salto de mata porque vaciaron las arcas. Nunca me voy a olvidar de aquel municipio cercano a Xalapa, en aquel tiempo pintado de azul, del que sustrajeron todo; hasta la bandera nacional con asta incluida. En lo que había sido la oficina del presidente municipal no quedaba nada, solo un ratoncito gris, nostálgico, quizá representante o roedor testigo del desaguisado. Los vehículos municipales estaban alineados en el patio de la presidencia, pero sin motores. Le pregunté a la gente del pueblo por qué lo habían hecho y la gente así contestaba:
—Es que estaban nuevos. Ni modo que se llevaran el vehículo. Pero el motor sí. Acaso se ve.
Tuve un sentimiento de estar oyendo las consignas futuras de acción, como si lo sucedido fuera una gran escuela digna de imitar por los que vienen. El ejemplo cunde.
El tumor a extirpar es la gran corrupción manifestada en diferentes niveles. Es un mal nacional.
Me preocupa el Congreso de la Unión. La Cámara de Diputados.
Ya es chisme popular que desde que hubo la alternancia del poder y la democracia llegó a nuestro país para quedarse, los diputados federales han encontrado una manera rápida de salir de pobres.
Revisan cómo están las partidas y sus montos para que sean ellos, directamente, quienes “negocien” presupuestos con los municipios del país a cambio de un porcentaje por la asignación.
La mala noticia, dicen los que saben, es que ya es práctica común, cínica, como entregar indulgencias, lo que allí sucede en San Lázaro. La buena noticia es que no son todos.
Paradoja de la vida. Justamente cuando el país entra de lleno a la vida política por la que hemos esperado y luchado muchos durante tanto tiempo, es la vida democrática la que permite este tipo de conductas impropias y traidoras para una república que se construye con sus mejores hombres instalados en los sitios que permite el avance nacional.
Es buen momento para que los partidos políticos y la recomendación de los gobernadores que es instrucción precisa, sean bien claros y cuidadosos a la hora de decidir quién habrá de representar al pueblo en los próximos tres años.
Será a partir del primero de septiembre del 2015, con las adecuaciones fundamentales que ha tenido la Constitución de la República desde su promulgación y su puesta en práctica respectiva, cuando México necesite a sus mejores cuadros en la Cámara de Diputados. Los mejores hombres y las mejores mujeres que deben de convertirse en confiables vigilantes de la buena marcha de los dineros, así como la vida política y social de la nación.
Esos diputados, de cualquier partido, que nada más ven por la implementación de la carretera que habrá de pasar por su pueblo, que le resultará altamente benéfico en su carrera política y su bolsillo, sin importarle nada más, dejando en el abandono al resto de las gestiones que requiere la nación para avanzar. Esos diputados, digo, no le hacen falta a nuestro país. Esos diputados son altamente nocivos para la construcción del futuro nacional, el futuro de las nuevas generaciones.
Resulta reiterativo decir que los próximos diputados que habrán de arribar a San Lázaro representando a la pluralidad nacional deben ser los mejores de México. Ya no debe existir el tiempo del arrepentimiento. Nuestros hijos y nuestros nietos no se lo merecen.
Esos hombres y mujeres necesarios, nuestro país los tiene.
¡Llevémoslos al Congreso!