Jesús Galán
Los Ángeles
“Se requiere de mucho valor para irse pero más valor aun se requiere para volver”
Las historia de emigrantes que regresan a sus países se cuentan por montones, en este ir y venir que conforma la vorágine de una sociedad cambiante que todo lo transforma y todo lo mueve caprichosamente en sentidos inesperados como un torbellino que arrastra a su paso a todo lo que no está bien sujetado al suelo.
Lucy recuerda cuando salió de su pueblo, Actopan. Tenía 20 años, era una noche fría de noviembre del noventa y cinco, a su casa habían llegado algunos familiares para despedirla. Fue durante ese abrazo de despedida que se le vinieron a la mente todas las posibilidades que le podría deparar el destino; tal vez sería el último abrazo que les diera, tal vez pasarían muchos años para que volviera nuevamente a mirarlos o posiblemente no los vería jamás. Quería guardar ese calor de los brazos de sus padres por si algún día sintiera ese frío de la soledad que hiela el alma.
Unos primos habían emigrado a Estados unidos unos años atrás y la animaron a irse a buscar un mejor futuro, pues en su pueblo no había oportunidades de empleo. Su destino era California. Se fue acompañada de su primo Alberto, eso le daba seguridad al emprender su viaje. Ambos viajaron durante dos días en autobús hasta llegar a la frontera de Tijuana. Conforme se alejaba de su tierra se daba cuenta que todo era distinto: ya no había verdes montañas ni ríos, todo parecía más solitario, el ambiente se pintaba de un color ocre que nunca antes había visto y lo que más le desolaba el alma no era su tristeza, sino saber que su familia se había quedado preocupada.
En Tijuana se encontraron con las personas que se encargarían de cruzarlos al otro lado para entregarlos a sus familiares que vivían en Los Ángeles. Estuvieron dos días encerrados en la habitación de un hotel esperando su turno para intentar cruzar. Se sorprendía de ver la cantidad de personas que esperaban lo mismo, en su habitación eran más de veinte, no sabía que eran tantos tan diferentes y procedentes de distintos estados del país, incluso de Centroamérica, pero sí entendía que todos ellos estaban conectados con un pasado similar y buscando un mismo fin, el llegar a los Estados Unidos.
Cuando les tocó su turno, era de madrugada. Lucy se sentía en un secuestro voluntario, un secuestro por el que incluso pagaría quinientos dólares, lo que significaba en ese tiempo mucho más dinero del que ella había visto en toda su vida. De repente todo eran órdenes, estaba muy asustada, durante el cruce sentía que el corazón se le salía. Se percató de que habían perdido su voluntad, ya no eran individuos, eran un equipo y cualquier error ponía en riesgo el cruce del grupo, así que con una vehemente obediencia acató todas las órdenes que se le daban: si había que correr o había que tirarse al suelo o si tenía que arrastrarse o si tenía que quedarse quieta y sobre todo no hacer ningún ruido.
Finalmente después de cruzar las cercas de seguridad y de haber corrido por unos cerros desolados se encontraron con una carretera vacía donde ya los esperaban unos taxis que los llevarían a un refugio donde permanecerían tiempo indefinido hasta que los llevaran a otra casa de seguridad donde los alimentaban, se aseaban y esperaban que fueran a recogerlos para llevarlos a sus destinos finales.
Recuerda la vez que llegó a California: todo le parecía bonito, ordenado y luminoso, no había casas de madera ni mucho menos caminos de terracería, todo era como estar dentro de una de las tantas películas que había visto en la tele, de esas donde todos viven en casas grandes y manejan carros nuevos.
Lo primero fue trabajar. Sus familiares, con quienes llegó, le consiguieron trabajo de costurera en una fábrica de muebles. Afortunadamente siempre había sido buena en esas cuestiones, pues recuerda que en la secundaria había estudiado corte y confección y el tener esa habilidad le permitió conseguir su primer trabajo. Tenía que hacerlo lo mejor posible para mantener el empleo y en el futuro aspirar a un mejor sueldo. El siguiente paso fue estudiar en las noches, aprender inglés y rodearse de gente que al igual que ella luchaba por salir adelante.
La perseverancia y sacrificio le permitió reunir dinero, le costó mucho tiempo y mucho esfuerzo lograr un capital para emprender su propio negocio. Con el apoyo y con las ideas de su familia abrió una tienda de ropa que le daba la oportunidad de ser dueña de su tiempo y de su trabajo.
El esfuerzo ahora tendría que ser el doble, pues de ella dependía que su negocio diera los frutos que esperaba. Trabajó incesantemente 7 días a la semana por largas temporadas, sin días festivos ni vacaciones prolongadas. Lo máximo que se daba era el lujo de salir un día de paseo y conocer los lugares turísticos que estaban cercanos a su casa.
El tiempo transcurrió rápido. En ese lapso vivió experiencias muy buenas, hizo nuevos amigos, conoció gente muy buena y generosa, pero también se enfrentó a amargas experiencias de la discriminación por ser indocumentada; el no contar con un estatus legal la obligaba a manejar sin licencia de conducir y a estar siempre temerosa de la policía, pues una infracción de tráfico podría terminar en una deportación.
Después de quince años de haber afianzado su negocio y de haber formado un capital considerable decidió que era tiempo de volver a casa, vender su tienda y regresar a Veracruz, disfrutar a sus padres y de aquellas pequeñas cosas que tanto extrañaba, como el verdor de su tierra, el olor al humo de la cocina, las tormentas que parecen que tiran el cielo y el sabor del pan de queso.
Hoy Lucy está preparando sus maletas, lleva un equipaje muy grande con ropa y regalos para su familia, pero más que nada lleva a cuesta 20 años de muchas emociones, recuerdos felices y desavenencias que tuvo que pasar por ser inmigrante indocumentada. Nunca pudo arreglar su estatus migratorio y con sentimientos encontrados siente que hay que cerrar ciclos y que su tiempo en Estados Unidos está terminado por que la situación económica ya no es tan buena como lo era antes y porque las leyes antiinmigrantes cada vez son más severas y no le gustaría tener que enfrentarse a una deportación y perder lo que ha conseguido.
Entre 1995 y 2000 Veracruz sufrió un fenómenos de emigración masiva hacia Estados Unidos, el Estado pasó de ser un receptor de inmigrantes a ser expulsor de trabajadores quienes viéndose afectados por las crisis de la industria paraestatal tuvieron que buscar nuevas oportunidades laborares en diferentes destinos, principalmente en el País del norte.
Según datos del Inegi, se estima que en ese lapso de tiempo más de 400 mil veracruzanos emigraron a la Unión Americana principalmente a los estados de Texas, California, Florida, Carolina del Norte y Minnesota.
La crisis financiera del 2007 en el sector de la construcción afectó a todos los sectores de la población estadounidense, provocando una de las más grandes depresiones económicas de la historia del país y aunado a eso la creación de severas leyes antiinmigrantes ha hecho que la vida de los trabajadores ilegales sea cada vez más difícil, así que muchos se han visto en la necesidad de volver a sus países, ya sea por voluntad propia o deportados.
Datos de la DHS (Departamento de Seguridad Nacional) indican que en los últimos cinco años, lo que va de la presidencia de Barack Obama, se ha alcanzado un récord de deportaciones, dos millones, la misma cantidad que George W Bush deportó en ocho años completos y más personas de las que Estados Unidos formalmente expulsó en toda su historia, entre 1892 y 1996.