Gilberto Haaz Diez
*El diálogo lo es tanto, como el hombre a la mujer y los caminos lo es a Roma. Camelot
Ayer tarde, en un país como el nuestro, donde presumimos tener alta tecnología y material disponible para transmitir un evento desde la luna, las televisoras mexicanas se vieron como la de los años 60, cuando en su nacimiento solo veíamos blanco y negro y los juegos mundialistas tenían que enviarse de un país extranjero al nuestro (Mundial de Chile), para que por videotape se pudieran ver al otro día. Sucede que todos sabíamos que el Talentoso Osorio Chong, como Matt Damon en Míster Ripley, afrontaría la avalancha estudiantil frente a Bucareli, en reunión pactada por el Supremo Gobierno y los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN), que las calles habían tomado y el gobierno debía atajarlos con dialogo.
Así fue. Por la tarde todos los noticieristas televisivos, Pepe Cárdenas, Milenio TV, utilizaban solo los celulares para conocer los pormenores de Bucareli, el audio, pues. Un canal de Televisa, ForoTV, daba en directo la señal con un telefonito cuya señal se cortaba cada cinco minutos. Puro tercer mundo en un sitio, México, donde la televisión se sublima y el huamachito florece y la alta tecnología se perdió.
UN MUNDO NUEVO
Hay días así. Por la noche, en el noticiero de ‘Juayderito’, la señal y las tomas televisivas se veían excelentes, venían de cámaras profesionales.
Era un Mundo Nuevo, como la rola de José Alfredo Jiménez, el secretario, anunciaban los locutores, bajaba del piso de Bucareli porque las exigencias de los estudiantes eran de diálogo ante todos. Propios y extraños. El comportamiento de los estudiantes había sido en paz, caminatas pacíficas, protestas casi en silencio, pero había que atajar esa ola que crecía y crecía. Atrás quedaban los días añejos del 68. Los twiteros comenzaron su trabajo. Uno de ellos: “En 68 a nuestros hijos los asesinaron, hoy nuestros nietos tienen diálogo”. Los bonos del secretario Osorio Chong a las nubes, el presidente en gira desde el Estado de México habló del diálogo con ellos. Años atrás, en otro tiempo y en otra historia, otro presidente del mismo partido tendía su mano desde Guadalajara a aquellos estudiantes de 1968. La rechazaron, decían, en respuesta dura, que a esa mano había que hacerle la prueba de la parafina.
Y el diálogo nunca llegó.
En la Plaza de las Tres Culturas nació otro México, el de la violencia, el de las armas, el de los disparos en la oscuridad, como título del libro de Fabrizio Mejía Madrid, dedicado todo a Gustavo Díaz Ordaz, donde lo señala y acusa como el presidente más odiado y a la vez el más temido. Allí nació también otro libro señero, La noche de Tlatelolco, de la gran Elena Poniatowska, que la llevó, años después, a embuchacarse el Premio Cervantes, premio al que solo llegan los grandes, una cima difícil de alcanzar. Tlatelolco legó todo eso. Miedo, odio, relatos, crónicas de muerte, crónicas de olor a sangre cuando desde los edificios aledaños las balas cambiaron la historia del país. Ya no volvimos a ser lo mismo.
AQUELLOS INCIERTOS AÑOS
Atrás quedaron los días en que un expresidente, Díaz Ordaz, rehabilitado por otro presidente, José López Portillo, desde la Torre de Tlatelolco lo ungían como diplomático, un diplomático sin diplomacia, al irse como Embajador a España, al joven periodista José Reveles, cuando le mencionó la noche del 2 de octubre del 68, Díaz Ordaz le respondió, molesto y enojado: “Yo le puedo decir a usted que estoy muy contento de haber servido a mi país en tantos cargos como lo he hecho. Estoy orgulloso de haber podido ser presidente de la República y haber podido, así, servir a México. Pero de lo que estoy más orgulloso de esos seis años es del año de 1968, porque me permitió servir y salvar al país, les guste o no les guste. Y si no ha sido por eso, usted no tendría la oportunidad, ¡muchachito!, de estar aquí preguntando”.
Ahí quedaba para la historia esa respuesta, poco después renunció, no le dio el tiempo ni el carácter para asumir el cargo ante el Rey de España. La historia lo abatía, la historia lo perseguía, la historia lo condenaba. Por parafrasear al Nobel Camilo José Cela: “Hay dos clases de hombres: quienes hacen la historia y quienes la padecen”. Díaz Ordaz la padeció.
Todo eso lo conocía Peña Nieto, aunque en 1968 solo tenía dos años de edad y seguro gateaba y andaba bebiendo lechita de mamila. Pero ayer, desde el Estado de México, lanzó a los estudiantes una proclama de diálogo. Un presidente al que se le están dando las cosas: aplaudido en la ONU, reverenciado por el halcón Henry Kissinger, ganador de un Premio Nobel de la Paz por bombardear naciones ajenas, y por los empresarios gringos que afilan los dientes al ver la apertura al petróleo y la energía. Peña es reconocido en foros mundiales. Obama lo quiere. La Gaviota lo consiente.
Y Osorio Chong lo hizo. Como alumno de la escuelita, los inconformes estudiantes lo ponían a leer las Tablas de los 10 Mandamientos, no las de Moisés, las de ellos. Y así, una por una ante más de 20 mil de ellos, el secretario de Gobernación asumió su papel y quedó en llevar respuesta el viernes 3 a las 3, como tema de película de terror.
LA CESADA DIRECTORA
Es inminente el cese de la académica y directora del IPN, Yoloxóchitl Bustamante Diez, mujer ligada a Orizaba. Ha estado casada con el prestigiado médico siquiatra, el cordobés-orizabeño Ernesto Humberto Lammoglia Ruiz, nacido cordobés pero de querencia chayotera. Ambos egresados del Politécnico Nacional, Yoloxóchitl como ingeniera bioquímica y un doctorado en ciencias biológicas. Un talento de mujer. Ella será una de las bajas colaterales. Parienta, también, por rama lejana, de los Diez orizabeños, del alcalde Juan Manuel y su familia, así me lo corroboró su cuñado, el famosísimo decimero Vale Lammoglia, quien lamenta los líos adonde la han llevado.
Es otro México. Ya no es aquel de 1968. Son otros tiempos de otras historias.
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