Por Sergio González Levet
“Estas gentes, ¿quiénes son? Somos cardenistas de corazón”.
En la plaza Lerdo, el eslogan se repetía constantemente, coreado por cientos de personas que mostraban su organización, que ondeaban banderas blancas y traían camisetas también albas.
Desde temprano habían tomado el lugar y sistemáticamente cortaban y dejaban pasar el flujo de vehículos por la calle más principal de Xalapa, con lo que desquiciaban y volvían a desquiciar el ya de suyo difícil tráfico capitalino.
(Por cierto, tendríamos que buscar otro término para nombrar lo que ocurre en las calles xalapeñas, porque las definiciones que da el diccionario de la Academia de la Lengua para “tráfico” en verdad que no tienen ya ninguna similitud con nuestra realidad: “Circulación de vehículos por calles, caminos, etc.” y “Movimiento o tránsito de personas, mercancías, etc., por cualquier otro medio de transporte”; en nuestras vías lo único que no hay es “circulación” ni “movimiento”).
Terminaban pues los manifestantes de desquiciar el imposible flujo citadino, y se me ocurrió —en la larga espera dentro del vehículo— escribir una carta a los dirigentes de este conglomerado que con tanto orden y concierto llega a Xalapa, y con tanto tino nos echa a perder los recorridos y los días. Va:
Señores dirigentes cardenistas.
Antes de decirles otra cosa, confieso que siento simpatías por la masa de personas que ustedes conducen, debido a que son gente del pueblo, jodida y ávida de una mejor vida.
Entiendo que se organicen y lleguen al centro político del estado a exigir mejores condiciones de salud, de educación, de vivienda, de sus finanzas familiares. Aunque no entendía bien a bien qué es lo que pedían en su manifestación de ayer, no pude menos que ponerme de su lado y estar de acuerdo en que tienen el derecho a hacer públicas sus quejas y sus exigencias.
Discrepamos en el simple detalle de que al ejercer ustedes su derecho de manifestarse, se pasan a traer mi derecho a circular —ya no libremente sino solo a circular— por las rúas que en otros casos me permiten llegar cotidianamente a mi trabajo.
En plan de llegar a un acuerdo entre sus intereses y nuestros derechos, me permito invitarles de la manera más cordial a que busquen otras formas de lucha que no afecten tanto a ciudadanos que son como ustedes y no tienen vela en el entierro de las injusticias y las corrupciones que ustedes padecen.
Podrían, por ejemplo, hacer mini-brigadas que se subieran a los camiones urbanos para informar a los pasajeros sobre la protesta que ustedes encabecen.
O destinar los recursos para su movilización en bien de la alfabetización (y mientras enseñan las primeras letras a los ágrafos podrían aprovechas para instruirles sobre su movimiento y en una de ésas hasta convencerlos de que participen en él).
Ya que traen conjuntos musicales, por qué no llevarlos a las colonias populares para que les amenicen el día.
Ideas hay muchas, y para mí que la peor es que tomen la Plaza y nos cierren el paso.
No son modos, señores.
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