23 de Noviembre de 2024
Director Editorial Lic. Rafael Melendez | Director General - Dr. Rubén Pabello Rojas

ACERTIJOS: *Chicharito anota un doblete en la victoria del Real Madrid 8-2 al Deportivo, el sábado pasado. Camelot.

 

Gilberto Haaz Diez

 

 

 

EL IPHONE 6

 

Cada que los ciroperalocas de Steve Jobs (QEPD) lanzan al mercado un nuevo producto de electrónica, el mundo se revuelve y convulsiona. Alguna vez, por encargo de mi hermano, al que le gusta la tecnología de punta, me apersoné en esa tienda de la Quinta Avenida de Nueva York, la Apple Store. Salía al mercado un nuevo aparatito, como éste que reventó ayer y que la gente lleva su zarape y se apoltrona una noche antes al pie de la tienda, esperando que abran y aquellas son colas como los días de oferta de Chedraui. La tienda me sorprendió, es un hormigón de cristal que retiembla en sus centros la tierra. Vi mucha gente y mientras me atravesé a tomar un café en el hotel Plaza, allí donde el escritor Truman Capote dio aquella fiesta inmortal en 1966, la del Blanco y Negro en honor de la periodista Katherine Graham, la editora del poderoso The Washington Post. Truman acababa de lanzar el libro A sangre fría, un éxito literario. Había puro picudo: Frank Sinatra y su flaca, Mia Farrow; Andy Warhol, Sammy Davis Jr., Tennessee Williams, Marlene Dietrich, Nelson Rockefeller, Henry Fonda, Greta Garbo, Óscar de la Renta y el marajá de Jaipur, que eso es una comunidad como Tierra Blanca, con cambujos negritos como Cojinillo. Norman Mailer llegó a proponer al asesor de seguridad del entonces presidente Lyndon Johnson continuar en la calle una discusión sobre Vietnam, estaba caliente, por poco se lo surte. Fueron 500 invitados. Ni uno más. Una de las mejores definiciones de lo que significó esa noche la fiesta la dio un reportero de televisión dirigiéndose a la audiencia: “Esto es como la otra mitad vive... Sabemos que usted no es lo suficientemente rico ni socialmente importante ni lindo como para ser invitado; si no, no estaría mirando ahora las noticias”. Pero me desvié de mi asunto, iba a mencionar la tienda de Apple, que ingresa cada año 450 millones de dólares. El cubo de cristal es un símbolo de la ciudad, la tienda es subterránea, cuando bajé en esa escalera de caracol había 27 mil empleados y 90 mil clientes. Me rendí, jamás podrían atenderme, uno de ellos me dijo: pídalo por Internet y en un mes le llega. Algo como lo que ocurrió antier con el teléfono Iphone 6, que cuesta la friolera de 824 dólares, unos 11 mil pesos mexicanos. En el mundo se vendieron cuatro millones de unidades en las primeras 24 horas.

 

EL TENDERO DEL CORTE INGLES

 

En España murió Isidoro Álvarez, el nombre quizá para muchos no les lleve a nada. No era tan famoso como Emilio Botín, el banquero dueño del Santander, recientemente fallecido, ni como el dueño de Zara, Amancio Ortega, que vive y levanta inversión tras inversión en el mundo. Era Isidoro el Tendero del Corte Inglés, la tienda de tiendas de España, esas mismas que, quien sabe por qué razones, se han negado a abrir sucursales fuera de la Península. Apenas y tienen una en Portugal, pero son referencia clara del comercio menudista en España. Espié parte de su vida en Wikipedia y, como muchos españoles, una mañana llegó con el tío que le habrá dado espacio en algún mostrador, hasta alcanzar la cumbre de la dirección general, de los 18 años a los 79, edad de su muerte. El Corte Inglés cambió la forma de consumo, hizo pasar de las tiendas de moda familiares a grandes almacenes e introdujo las rebajas. Además, Isidoro Álvarez abrazó con fuerza la idea de que el cliente siempre tiene la razón. Fue pionero en las rebajas y esa tienda señera implantó en su tiempo la tarjeta de crédito, que llegó un día a superar a la de los bancos españoles. El gran patrón del comercio se ha ido, despidió en sus páginas El País. Y le leí una alegoría, quizá un responso del gran columnista, Raúl del Pozo, escrita en El Mundo de España. La comparto:

 

ISIDORO, EL TENDERO

“Le conocí en las Brujas, junto a Emilio Romero, mientras la Contrahecha tocaba con sus manos de serpiente las estrellas de la madrugada. Luego enseñó a ir a comprar a un pueblo por escaleras de ozono. El Consejo de la Competitividad, politburó de este régimen que se tambalea, ha dejado un gran hueco con la muerte de Isidoro. ‘Cuando vivía con su madre vi una vez su habitación; tenía libros, sobre todo de Historia, hasta debajo de la cama’. Me lo dice Fernández Tapias, en la capilla ardiente junto a Juan Diego Vizcaya, con el que Isidoro cazaba. ‘Era un buen jugador de pelota, y un gran cazador —reconoce Vizcaya—. Introvertido, pero cautivador. Desde que murió mi padre, me trató como a un hijo’.

“El paisano de habla oscura, nacido en Borondes, ribera del Sama entre habas y patatas, me parecía un asturiano de Kipling, inmune a la fatiga, enlutado, pero con el vino y la alegría en la sangre. Supo oír su verdad deformada, ¿para trampa de necios, por malvados usada’.

“Llevaba en la mirada, como todos los asturianos, la añoranza de la niebla, el hórreo y la sidra. Juan Hermoso le acompañaba siempre. ‘Excepcional —dice. Amigo, amigo, una fortaleza. Lúcido. Llevaba el Corte Inglés en el corazón’.

“Llegó la hora inevitable para el hombre con empaque de don, hincha del Sporting y de la Santina, que se emocionaba con los goles de Villa. De aquellas tiendas de ultramarinos de la posguerra, con moscas en la lata de escabeche, pasamos a sus palacios perfumados, donde las dependientas se pusieron guantes para darte el pan o las manzanas, como en los quirófanos. Gracias a él los campesinos llegaban a visitar el Corte Inglés con tanta curiosidad como si entraran en el Museo del Prado. Los mercaderes fueron considerados oficios viles por hidalgos y nobles. Ignoraban que los comerciantes derribaron el feudalismo y las murallas chinas; en dromedarios y barcos extendieron el alfabeto y la libertad junto a las sedas y especias.

“Hace 15 días le costó trabajo llegar desde la estación de Málaga al coche, pero al día siguiente llamó tres veces al encargado del Corte Inglés: ‘¿Cómo va la venta?’, preguntó. Me lo cuenta José María García, que le quiso regalar una de esas máquinas para andar en casa. ‘Si llega a mi casa —dijo—, esa máquina la echo por la ventana y a José María también’. Una vez comiendo con él y con Hermoso en Lucio, le hablé del glamour de los grandes almacenes, las películas de Navidad y el amor. Contestó: Nosotros somos distribuidores. Yo soy un tendero”.

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