Manuel Zepeda Ramos
Hablar. Hoy en nuestro país es tiempo de hablar.
Cuando el Presidente Salinas conformó la Comisión Especial Autónoma a cinco días de iniciado el conflicto armado zapatista para que tres distinguidos chiapanecos trataran de resolverlo y a este servidor le tocó ser el vocero de esa Comisión, observamos un fenómeno fundamental que nos llevó, 25 días después de instalado el trípode chiapaneco, a que las mismas 302 organizaciones indígenas y campesinas que habían certificado la guerra fueran las mismas que ratificaran las demandas que dieron origen al conflicto, nada más que sin armas. Ahí están los testimonios en la prensa nacional y el olvido evidente ante tamaño acuerdo que ponía fin al conflicto armado.
El fundamental fenómeno radicaba en que los indígenas y campesinos chiapanecos pedían hablar. La comisión, observadora y conocedora de su tierra, chiapanecos pues, accedió. Durante dos semanas, los indígenas y campesinos chiapanecos hablaron en San Cristóbal, en Comitán y en Palenque; hablaron lo suficiente y lo que ellos quisieron, llegando a la reunión final en San Cristóbal, en un beneficio indígena de café a la salida hacia Tenejapa con Rigoberta Menchú de testigo, para decir lo que ya escribí líneas arriba: El principio de la terminación del conflicto armado. Acuerdo que nunca importó a pesar de su espíritu 100 por ciento mayoritario.
Hoy en nuestro país es tiempo de hablar.
¿Se acuerdan de Snow? Charles Pierce Snow, el que fue huésped de esta columna hace un tiempo. Ese científico de la física y novelista que publicó en 1959 en Inglaterra un artículo, Las Dos Culturas, que conmocionó al mundo intelectual de la época. Decía Snow que entre los intelectuales de la Literatura y la Ciencia había un abismo de distancia e indiferencia. Cada uno ignoraba el conocimiento del otro. Dos mundos vivos viviendo en la oscuridad.
John Brockman, en algún tiempo editor de Snow, es un empresario cultural norteamericano de trayectoria en el campo de la ciencia, el Arte, el software y el internet. Desde 1960 ya había sentado las bases para los “entornos cinéticos intermedia”, aplicables al arte, el teatro y los negocios mientras era asesor de General Electric, Columbia Pictures, El Pentágono y la Casa Blanca, entre otras grandes instituciones que no pueden pasar desapercibidas. Además de tener su propia agencia literaria y de software, es editor de Edge, famosa página web en donde escriben los más avezados analizando la ciencia más vanguardista, en donde escriben los líderes de La Tercera Cultura.
Brockman escribió un libro: La tercera Cultura. Dice que a ella pertenecen científicos y pensadores empíricos quienes por medio de su trabajo escrito e interpretación escudriñan en el interior del conocimiento científico y sus beneficios para la humanidad, tarea que los científicos americanos han dejado de lado. Los pensadores empíricos, dice, sacan a la luz los significados profundos de la vida. Son quienes han sustituido, con su entusiasmo y profesionalismo por divulgar el conocimiento, a los científicos tradicionales americanos.
Los intelectuales americanos, dice, son cada vez más reaccionarios, cuya actitud —digo yo—, no corresponde al gran desarrollo del fin de siglo y principio de milenio.
Hoy en México es tiempo de hablar.
Nuestro país sentó las bases, al menos en la Educación Superior, para que los intelectuales nacionales que han encontrado en las universidades públicas y privadas su lugar natural de habitación, pongan el conocimiento científico al alcance de las mayorías para que el desarrollo científico sea compartido y utilizado por el pueblo de México para mejorar su nivel de vida.
Si bien México lo hizo —el sentar las bases—, desde principios de los 80 del siglo pasado, los resultados al respecto no son precisamente los esperados. Se reducen, acaso, a esfuerzos aislados escolares que no tienen ninguna repercusión hacia la gran masa nacional.
Ahora que el país va a cambiar con las reformas estructurales, la reforma educativa y la de tele comunicaciones puede convertirse en el gran aliado para poner de manera profesional el conocimiento al alcance de mucha gente dándole oportunidad a los pensadores empíricos que han tenido en el periodismo esa gran escuela formativa.
Deberá ser requisito para operar los nuevos canales de televisión, en quienes lo logren, el tener un bloque respetable en tiempo y hechura para el conocimiento científico, de buena manufactura y haciendo uso de todos los formatos televisivos al alcance de la inteligencia. Estoy hablando de que cada grupo televisivo de alcance nacional tenga una dirección muy bien montada para hacer del conocimiento científico una tarea de todos los días y con buen presupuesto para su desarrollo.
Si el periodismo científico hubiera funcionado, la gran masa de televidentes hubiera sabido con tiempo necesario y suficiente del riesgo que podía tenerse en minas como la que contaminó el río Sonora, por ejemplo.
Esas nuevas televisoras podrían tener en las Instituciones de Educación Superior como la Universidad veracruzana, por ejemplo —que hizo en su momento un real esfuerzo de comunicación de la ciencia para los medios masivos de comunicación al implementar empíricos para la divulgación científica—, aliados profesionales en esos menesteres, profesionalizando desde ahora a los intermediarios que ya los dos pensadores aquí presentados lo sugieren como real y funcional alternativa.
Diría más. Los pensadores empíricos que se han formado por su cuenta y los surgidos en las universidades de México, las de verdad, podrían hacer un gran trabajo de explicación de gran penetración y alcance de la enorme trascendencia que tiene para el país la implementación en el futuro de las reformas estructurales. El pueblo de México debe conocerlas y no puede esgrimir argumentos como que no las conoce porque no las entiende.
Hoy en México es tiempo de hablar.
Que hable el conocimiento científico bien pergeñado. Que la Tercera Cultura albergada en los medios de comunicación haga su trabajo. Esa inteligencia empírica tan despreciada por la supuesta inteligencia que no se ha aplicado para hacer lo que le corresponde.
Hoy un intelectual, dice Brockman, es un sintetizador, un publicista, un comunicador.
¿Será mucho pedir?