Jesús J. Castañeda Nevárez [email protected]
Ese día inusualmente llegó temprano a casa; nadie lo esperaba, era lo normal, porque era muy raro el día del año en que Don Melitón se sentaba a la mesa con su esposa e hijas. Pero ese día ahí estaba bajo el umbral de la puerta, titubeando entre entrar o no y buscando en su mente la forma de empezar una explicación que todavía no encontraba. Su esposa adivinó que algo grave pasaba y prefirió no preguntar; sólo lo abrazó y lo acompañó a entrar a su casa con su familia.
Un cambio en la titularidad de la dependencia en la que trabajó por más de 24 años originó que el nuevo jefe solicitara el mayor número de espacios posible para acomodar a su equipo de colaboradores y el corte le alcanzó.
Las semanas siguientes fueron todo un calvario, muy pronto descubrió que pasando los 40 años ya no se tiene espacio en el mercado laboral y sus 53 eran más que evidentes. Entonces pensó en resolverlo por sus propios medios: “Pondré un pequeño negocito”.
La idea de negocio, la investigación del mercado, los requisitos legales más el proceso burocrático de formalización representaron el primer gran reto. Al acudir al portal del SAT éste no presentaba disponibilidad de citas en los próximos dos meses, así que no podía esperar sentado y menos cuando la hora de comer se aproximaba.
La primera experiencia en ventas ocurrió en su propia cochera, con toda la ropa familiar de poco uso que puso en oferta a sus vecinos; después acudió a vender a un tianguis de segundas (ropa usada) y ahí comenzó a comprarle a otros y obtener algún beneficio en la reventa; después vendrían otras opciones de cosas usadas y pronto se inició en la reparación de aparatos eléctricos y línea blanca que remataban como saldos en tiendas departamentales, vendiéndolos a crédito con los vecinos, los amigos y los amigos de los amigos, quienes además compraban los deliciosos pasteles y flanes que su esposa diariamente fabricaba.
El ánimo cambió, la situación mejoró y obviamente no volvió a pensar en sacar una cita con el SAT; y además, si se hubiera enterado de los costos de la formalidad —el Alta en Hacienda, Firma Electrónica, Certificado de Sello Digital, Facturación Electrónica, mis Cuentas, el Buzón Tributario, la cuenta bancaria y su banca electrónica, las comisiones bancarias, la Contabilidad Electrónica, las declaraciones, el pago de ISR, el pago del IMSS, los permisos municipales, el permiso de Salubridad, de Protección Civil, las auditorías de la STPS y la Profeco, etcétera, etcétera, y mil etcéteras más— en medio de su crisis económica y existencial seguramente habría mostrado el puño cerrado enfrente de la oficina de Hacienda, en clara señal de enviarlos a molestar a su familia o a visitar todos el país más lejano.
Este tipo de historias no deben ser ignoradas por el gobierno federal, al pretender incorporar a la formalidad a quienes trabajan para sobrevivir, pero en la economía informal, con la sola promesa de que les darán acceso a servicios médicos del IMSS, tanto al dueño del negocio como a sus empleados, con “descuentos” en las cuotas durante 10 años; la pensión para el retiro y créditos para vivienda; apoyos del Inadem para comprar herramientas o capital de trabajo desde cuatro mil pesos; crédito de la banca comercial desde cinco mil a 300 mil pesos a tasas preferenciales y otros puntos que en su conjunto suenan a: “éntrale que está bajito”, “no tengas miedo, no te va a pasar nada”; no parecen ser suficientes argumentos para pensar que la estrategia contra la informalidad Crezcamos Juntos funcionará.
Mucho menos cuando los resultados de su reforma hacendaria han ocasionado que miles y miles de microempresas estén cerrando sus puertas a la formalidad y abriéndolas a la informalidad, empujados por la dificultad que representa el uso de la tecnología, a la que sólo 186 de cada mil habitantes tiene el acceso*. Es posible que unos entren a la formalidad y otros la abandonen, pero el porcentaje negativo va a resultar mucho mayor.
Una estrategia diseñada en el escritorio y con claras intenciones de llevarnos a una fiscalización absoluta, hace que, por más que se pongan su disfraz de oveja, claramente se les ven las patas de lobo y eso el pueblo no se lo traga; y mucho menos cuando está siendo golpeado por una severa crisis económica y de inseguridad.
Si el gobierno se pierde en el “entusiasmo” por sus logros de las reformas conseguidas, pero ignora completamente al pueblo, no se llegará lejos sin hacer que el cordón se reviente, porque así no se construye el nuevo rumbo. Ese es mi pensar.
* COFETEL, Sistema de Información Estadística de Mercados de Telecomunicaciones.- INEGI-MODUTIH.- Abril 2012.