ACERTIJOS
Gilberto Haaz Diez
*De García Márquez: "El poder —como el amor— es de doble filo, se ejerce y se padece". Camelot.
LOS QUE NO SE RINDEN
El domingo por la mañana suelo levantarme a las 9:00. Camino por la ciudad y me encuentro siempre en la calle a aquellos orizabeños que no se rinden, como muchos mexicanos. Tuve dos encuentros dominicales. El primero lo hice con un matrimonio que vende tamales de masa, casa por casa, puerta por puerta. Los dan a 3 por 10 pesos. “Los venden”, le digo al señor, que arrastra una cubeta con un carrito como diablito, hecho exprofeso para ello, “los venden porque gritas bien fuerte”. Tienes voz de barítono a la Pavarotti y hasta despiertas. “Sí”, responde, “ya algunos me regañan que no grite mucho, que no los dejo dormir”, dice. A un lado, la patrona, la mujer que es su compañera y que los envuelve en papel de estrasa cuando los vende. Les hago una encuesta Mitofsky en lo que me pone 50 pesos. Son de Santa Ana Atzsacán, una comunidad pobre cercana a esta ciudad orizabeña. En lo alto, donde los cerros se ven a plenitud y donde el frío que avecina venir antes del otoño, les hace cubrirse bien. Suelen traer 100 tamales. Los venden todos. Los traen calientitos. Se sienten en el papel. Lo hacen cada domingo y se embolsan sus 300 pesos, que bastante les servirá para llevar alimento a sus hijos. Son de esa estirpe de gente que no se rinde. Como no se rinden unos que por la misma tarde del domingo tocaron a mi puerta, en una tarde lluviosa. Éstos llevaban en una canasta peras, de la zona de ellos, de arriba de las montañas. No traían muchas. Se veían silvestronas, sin la calidad que venden los Costco y tiendas similares, pero eran valiosas porque venían de manos campesinas, de esta pareja también que busca como allegarse un dinero de más, para la sobrevivencia familiar. Daban tres peras por cinco pesos. Les compré seis, me insistía la señora —que era más mercadóloga que el marido— que llevara más. Solo esas. Cuando le pagué con un billete de 50 pesos y le dije quédense con el cambio, que eran 40 pesos, la señora dijo asombrada: “¡Todoooo!”. Todo era para ellos. Hay que ayudar como se pueda, no es una limosna, alentar a quienes vienen buscando un espacio y no se rinden. Así debe de ser. No regatearles lo que venden, no abaratar sus productos y apoyarles. Quizá ocurra aquello que escribió Rosa Montero: “Como en el cuento del mercader árabe que entró en una ciudad un día de mercado y le dio a un mendigo dos monedas de cobre. Al irse, horas más tarde, se lo volvió a cruzar, y le preguntó qué había hecho con el dinero. Y el hombre contestó: “Con una moneda compré un pan, para tener con qué vivir, y con la otra una rosa, para tener por qué vivir”. Pues eso.
PILOTO SUCHOVISKY
Su nombre es Reinhold Hugo Suchovisky Leyva, la flota orizabeña lo conoce como Hugo Chukovisky, así a secas. Es orizabeño y es piloto comercial, alguna vez me lo encontré en un vuelo en Aeroméxico, es del Barrio de San Juan de Dios, cuando la niñez y juventud hacían que esas amistades florecieran. Tengo un sobrino que es piloto y me cuenta sus peripecias por el mundo. Manuel Gilberto Lila Haaz, hijo de mi hermana Rosalba y del médico Manuel Lila de Arce. Siempre he sentido una fascinación por la aviación. Durante años me privé de treparme a un avión, por el miedo, porque a veces el miedo no anda en burro. Cuando lo hice, como dijo una de mis hijas, ya nadie me vería el polvo y he conocido varios países y más de 100 ciudades en el extranjero, gracias a eso, a vencer el miedo. Miedo me daba porque leía libros de los accidentes de aviación, desde los más pequeños hasta aquel terrible de 1977 en el aeropuerto de Tenerife, España, donde dos aviones en tierra, uno al despegar y el otro al cruzarse, chocaron y dejaron una estela de muerte como nunca. Ha sido catalogado como el más grande accidente jamás visto. Dos B747, uno de la americana Pan Am y otro de la holandesa KLM, colisionan en la pista. Solo sobreviven 61 personas, de las 583 que iban a bordo, convirtiéndose así en el peor accidente de la historia de la aviación, tanto española como mundial. Siempre que vuelo nunca he sentido ñañaras, a veces se aprieta aquellito, pero de ahí en fuera, poco. Una vez, volando de Buenos Aires a Santiago de Chile, al cruzar esa bella y majestuosa Cordillera de los Andes, donde cayeron aquellos deportistas que se convirtieron en antropófagos, el piloto de LAN Chile anunció que nos moveríamos un poco, por los vientos encontrados. Era cierto, escribía para una crónica y tuve que dejar de hacerlo, el pulso se movía. Los pilotos tienen sus creencias, cuando uno les ve persignarse antes del despegue, es señal de que respetan su trabajo. Schukovisky alguna vez cayó en el aeropuerto Juárez en una avioneta arriba de una azotea. Salvó la vida para contarla. Aquel piloto de Nueva York, que amarizó en el río Hudson el avión cuando los dos motores se detuvieron por una estampida de pájaros, el gran Chesley Burnett Sully Sullenberger, contó cuando alguien le preguntó si le dio tiempo a rezar. Dijo que no, que sabía muy seguro que los pasajeros de atrás lo hacían por todos. Vi a Hugo porque en el Facebook exhibió una foto que tomó del Pico de Orizaba, arriba del avión que pilotaba. La foto es bella, extraordinaria, la compartió el fotógrafo Horacio Fadanelli, y por eso me acordé de él y quise mencionarlo. Buen viaje, piloto Chukovisky, y a hacer suya aquella frase de la aviación: “Mantente fuera de las nubes. Los sabios aseguran que las montañas suelen esconderse detrás de las nubes”.
CORREO A SILVA RAMOS
Gilberto, tus comentarios el día de hoy como siempre muy acertados, escribes acerca de la suspensión de clases de ayer y efectivamente nuestros paisanos nunca están de acuerdo y se la pasan criticando al gobernador, efectivamente no pasó nada, afortunadamente, y si pasa se van en contra de él, no se vale, qué bueno que estuviste con el licenciado Alberto Silva Ramos, yo he tenido la oportunidad de estar con él en Tuxpan, siendo alcalde y después en algunos actos hemos tomado un café él y tu amigo Rodolfo Casanova, la verdad una persona muy capaz y muy inteligente. Saludos. José Berber Solis.
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