Yhadira Paredes. Xalapa, Ver. El viernes por la noche fue la última ocasión en que la señora Rufina Paniagua Ramos escuchó la voz de su hijo quien desde hace nueve meses partió de su natal córdoba rumbo a Estados Unidos en busca del llamado “sueño americano”.
Me preguntó, dice entrevistada a su salida de la Secretaría de Relaciones Exteriores ubicada en Xalapa, que si estaba bien y le dije que sí que todo estaba bien.
“Me pregunto “mamá no hay ninguna novedad” y le dije que no, estamos bien, yo también estoy bien acá, no había trabajado esa semana porque había llovido mucho, me dijo que tenía poquito dinero, si necesitas un poquito te voy mandando”, cuenta entre sollozos.
Joel Rayón Paniagua, el tercero de una familia de cinco hijos, es una de las 50 víctimas mortales del tiroteo en el bar Pulse de la ciudad de Orlando, en Florida, Estados Unidos, la peor masacre de odio ocurrida en ese país en los últimos años, donde se encontraba una importante parte de la comunidad latina.
Me prometió que aunque sea poquito (dinero) me iba a mandar, porque estaba pagando la deuda que tenía para poderse ir a Estados Unidos a trabajar como indocumentado.
“Me dijo, mamá yo te quiero mucho, le dije yo también, cuídate mucho, pues dice, ustedes allá se cuidan y yo aquí. Él estaba solo allá, él era de los que pensaba que el sueño americano era para hacer dinero, para superarse, nosotros somos de escasos recursos, compró un lotecito y logró hacer una casa y ahí terminó su meta”, dice.
Acompañada de otros dos hijos, recuerda que Joel en Córdoba trabajaba como chofer de un taller, pero consiguió el dinero para irse junto con otras cuatro personas que se fueron de Cuitláhuac, y fue un “pollero” en la zona de Texas quien los cruzó del otro lado de la frontera.
Recuerda que hace nueve meses, cuando se fue, intento pasar dos veces y fue regresado por la policía de migración y fue hasta el tercer intento cuando el joven logró pasar a Estados Unidos por Texas.
Ahora lo único que quiere es que Joel llegue a su tierra, enterrarlo junto a su familia y que no se quede en un lugar extraño.
La mujer, ama de casa, señala que dependía de él, quien le enviaba dinero cada vez que podía.
“Me mantengo de pie porque mi esperanza es llegar a verlo y traérmelo de regreso. Qué le puedo decir, es un dolor muy grande, pero la vida sigue, me quedan más hijos y voy a seguir luchando. No puedo decirle a mi nada, el ya no me escucha, pero le pido que me espere allá en donde está y que algún día no muy lejano nos vamos a reunir allá”, finalizó.