Todos se tumbaron al suelo, se escucharon gritos, las voces de los primeros que pidieron auxilio estaban en el fondo, no se escuchó la música, pero sí los disparos. El terror se desató un domingo de madrugada y él sólo podía preguntarse si acaso el ataque fue planeado.
Ataviado en color blanco, "Ángel" llegó a las 11:30 de la noche a La Madame; era sábado y se propuso bailar hasta las 5 de la mañana del día siguiente, para ello convenció a uno de sus amigos.
Primera alerta. Cada ocho días desde hace varios meses acudía religiosamente a este antro, pero ese día –como nunca antes-- no observó largas filas de gente en espera de entrar; el refugio de muchos que disfrutan de la música y la compañía, estaba semivacío.
Segunda alerta. En la taquilla no lo esperaba la mujer a la que le entregaba 150 pesos por "la barra libre" (tipo de servicio prohibido por el Ayuntamiento de Xalapa), esta vez fue un hombre que nunca había visto quien le hizo el cobro.
Atravesó las puertas grises del antro, la única entrada y salida del recinto que no cuenta con salidas de emergencia. Los dos jóvenes se sentaron en la mesa de siempre, a mitad del lugar y de frente al escenario.
Apenas lo hicieron, el mesero habitual le ofreció la primer "cuba" de la noche, que se bebió como agua. Las luces aún no se habían apagado y apenas había un puñado de gente en el lugar, no más de 100, según sus cálculos.
Entre los asistentes se encontraba un grupo de al menos nueve personas que celebraban un cumpleaños; aún la música se oía ligera, la charla amena resultaría en terror y las risas se convertirían en llanto.
"Quienes buscaban diversión, encontraron la muerte", lamenta el joven ejecutivo de ventas a quien esa noche le robaron la paz.
Tercera alerta. Rondaba la segunda "cuba" y cerca de las 12:10 el lugar seguía casi vacío; la mesa ruidosa del cumpleaños resonaba por el lugar que, a diferencia de otras noches, no contaba con la diversidad usual. No estaban presentes las "vestidas", como las llama Ángel y el bar parecía más un antro “buga”.
Diez minutos después y Ángel escuchó tres golpes secos: ¡pum, pum, pum! El ruido sorprendió a la mayoría, pero relata que nadie reparó en lo que sucedía y siguieron en lo suyo.
La pista continuaba vacía y las voces en el aire, la música sonando. Pasaron 30 segundos más y luego el tronido de un "petardo" mostró a todos, una realidad que parecía sacada de una novela de gángsters.
Ángel escuchó más detonaciones. El terror se apoderó del lugar. Todos se tumbaron al suelo y desde ahí se podían escuchar gritos, las voces de los primeros que pidieron auxilio estaban en el fondo, no se escuchaba la música; se oyeron más disparos. Ráfagas. Pasó un minuto, la eterna espera. Un minuto y medio transcurrió y el temor y la psicosis inundaron a los presentes. Dos minutos de larga espera y otra vez silencio.
Pasados casi tres minutos la desesperación llevó a algunos a correr hacia su única salida. La ubicación de la mesa de Ángel y su amigo aventajó su huida, ambos lograron ponerse en pie y avanzar rápidamente mientras observaban a las decenas que se les venían encima.
Quienes llegaron más rápido al umbral de La Madame se detuvieron en seco. Con cautela se asomaron hacia afuera para asegurarse que el horror había pasado, que sus agresores por fin se habían ido, pero volvieron a escucharse dos disparos. Otra vez se tiraron al suelo resbaladizo, esta vez Ángel logró divisar sangre en la entrada.
"Tuvimos que pasar encima de ellos para poder salir", dice Ángel. Tuvimos que pasar encima de ellos", repite mientras la conmoción lo invade y llora.
En la entrada yacían los cuerpos de dos hombres, uno delgado de camisa negra, vestimenta característica de los guardias de seguridad, y otro más vestido de blanco, corpulento, que bloqueaban la salida de la estampida humana que se atropellaba en su intento por salir.
No había escapatoria, no habían salidas de emergencia, ni otro lugar por donde salir. Por donde los agresores entraron y salieron, por ahí debían pasar.
Esa noche algunos amigos dejaron de serlo, pues ante el temor de morir hubo quien dejó a sus acompañantes tendidos, ensangrentados, heridos, y corrieron a buscar un lugar más seguro, que en ese momento era la calle.
Afuera, ni una sola alma, no hubo patrullas ni taxis. A pesar de que generalmente resguardaban el lugar al menos seis guardias (tres de ellos, mujeres), esta vez no se supo nada de ellos.
En el estacionamiento estaba el "acomodador" de autos, concentrado en sacar los vehículos de algunos de los asistentes; él debió verlo todo, piensa Ángel, él debió pedir ayuda.
En la calle, entre la corretiza, Ángel alcanzó a ver al vendedor de hot-dogs en su carrito que apurado metió donde y como pudo los panes, las salchichas y los condimentos; no estaba asustado, estaba apurado, quería largarse del lugar lo más rápido posible.
Pasaron casi 5 minutos desde el cruento ataque y ningún cuerpo de auxilio había llegado a la escena. Ángel temía que regresaran los agresores y aunque escuchó los gritos de auxilio que emanaban desde el interior del antro, no volvió, sino que corrió hacia la Araucaria, no sin antes haber sacado del letargo a su amigo.
El bar "Los Clamatos" estaba a reventar y los jóvenes vieron cómo salieron corriendo decenas de personas sobre la avenida Lázaro Cárdenas; por fin un taxi se detuvo, Ángel y su amigo avanzaron hacia plaza Crystal y al pasar sobre el puente vehicular se toparon con una patrulla de la Secretaría de Seguridad Pública, a quien el chofer le gritó que había ocurrido una "balacera" en el lugar en el que antes estaba Sodoma.
Sólo hasta entonces Ángel reparó en las manchas rojas impregnadas en sus finísimos pantalones blancos, esos que delinean su delgada figura, era la sangre de quienes en los empujones lograron rozarlo. Era la sangre de esos dos a los que había tenido que atropellar para lograr salir de La Madame.
CONTRADICCIÓN DE LA FISCALÍA
Distinto a lo que señaló este lunes el fiscal general del estado, Luis Ángel Bravo Contreras, Ángel asegura que no hubo disparos a objetivos específicos, que las ráfagas de los "cuernos de chivo" no mostraron piedad.
Asegura que las detonaciones se dirigían en todas direcciones, pero no desde la entrada, sino desde el fondo, en la zona de los baños; ahí donde encontraron dos de los cuerpos sin vida.
Desde su mesa, ubicada de frente a la entrada, no observó la llegada de gente encapuchada, como afirmó el fiscal y, por el contrario, la refriega no comenzó cerca de la barra, la pista o la entrada, que fue --insiste-- en el fondo.
Narra que esa noche tuvo muchas situaciones extrañas pues no es común ver el lugar tan vacío a esa hora; resalta que no había guardias, que tampoco estaba presente la gente que habitualmente acude a esa hora.
Ante la incertidumbre de lo que pasó esa madrugada, Ángel se pregunta si hubo alguna alerta de la cual no se enteró; se pregunta si el de los hot-dogs o el acomodador, sabían algo.
Se pregunta si todo estaba planeado, si su encuentro fortuito con un conocido dentro del antro y sus palabras de "ya te alucino", quisieron decir algo más que eso.
Nunca vio a la menor de edad de 14 años que presuntamente estuvo ahí; es más, asegura que ese sábado en particular pedían a quienes entraban, mostrar la credencial de elector para poder hacerlo y que no era común ver a gente tan joven en el lugar.
A sus 30 años, Ángel considera que sin importar el móvil esa noche le robaron la vida, los sueños y la paz, no solo a quienes ahí estuvieron, sino a su familia, y a la sociedad entera.
“Siento terror, esto mal como persona, moralmente. Muchas personas salieron buscando diversión y encontraron la muerte. Ese pude haber sido yo”.
Han pasado tres días desde el ataque y a pesar de la hipótesis de la Fiscalía General del Estado, Ángel considera que el ataque fue aleatorio y que no es posible decir que fue un ajuste de cuentas porque “buscaron a quienes le pudieran dar”.