
EL UNIVERSAL
SAN JOSÉ
Cuando el argentino Guillermo Ni Coló, exsuboficial de la Armada de su país, llegó en marzo de 2014 a un cementerio en las islas Malvinas que alberga a una parte de sus compatriotas que murieron en la guerra entre Argentina y Reino Unido en 1982 por la disputa de un archipiélago del Atlántico Sur, se sorprendió de que la mayoría de las tumbas tienen una placa depositada al pie de una cruz con una leyenda: "Soldado argentino solo conocido por Dios".
Guillermo siguió caminando entre las cruces del camposanto y, de pronto, vio el nombre de un soldado— Juan Ramón Turano— en una de las pocas fosas identificadas y se puso a llorar. "Ese soldado murió cerca de mí una noche de intenso bombardeo naval de los británicos. Por eso fue un momento tan desgarrador justo ahí con un compañero. Por eso fue tan doloroso para mí ver eso. Fue una guerra injustificada. No valió la pena", narró Guillermo a EL UNIVERSAL.
"Existe la culpa del sobreviviente" que lleva a muchos combatientes al suicidio o al intento de suicidio, adujo a este diario, por su lado, la siquiatra jubilada argentina Silvia Bentolila, con más de 30 años de trabajo con veteranos argentinos de Malvinas. Al recordarse hoy el 40 aniversario de la Operación Rosario con la que Argentina se apoderó del archipiélago formado por Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, los argentinos llegan a una polémica fecha.
Acorralada en el flanco interno por su desprestigio y el descontento social, la dictadura militar derechista de Argentina que asumió el poder el 24 de marzo de 1976 con un golpe de Estado e impuso un régimen de muerte y terror, con miles de asesinatos, desaparecidos y torturados y que gobernó hasta diciembre de 1983, abrió un frente externo para oxigenarse.
"Fue lo último que hizo la dictadura para mantenerse con esa aventura de tomar Malvinas a la fuerza. Por eso vino después la 'desmalvinización' de la sociedad: escondernos a los veteranos y ni hablar de Malvinas. Lo sufrimos muchísimo. Hubo reconciliación con la sociedad, pero la política nunca pidió ‘perdón’ por mandarnos a la guerra", alegó Guillermo.
Una flota expedicionaria de las Fuerzas Armadas de Argentina zarpó de suelo continental argentino en marzo de 1982 y el viernes 2 de abril, hoy hace 40 años, coronó una maniobra militar anfibia de reconquista para invadir y apoderarse de las islas, que desde 1833 comenzaron a ser ocupadas por Reino Unido y quedaron bajo dominio británico. Antes, durante y después de 1982, Argentina nunca dejó de reivindicar su soberanía en esas tierras.
Sin resistencia y, entre sus tropas, con sólo una baja mortal y seis heridos y ninguna en las británicas, los argentinos ocuparon primero las dos islas principales y más de 200 menores que componen Malvinas, y luego se desplegaron a la más importante de Georgias del Sur con sus restantes islas e islotes y a las 11 de Sandwich del Sur.
En respuesta desde Londres, a más de 12 mil 700 kilómetros de Port Stanley para los británicos o Puerto Argentino para los argentinos, la ciudad más poblada de Malvinas (para Argentina) o Falkland (para Reino Unido) y en el sector oriental, el escenario adquirió contexto de sacudida política mundial. Londres ordenó el sábado 3 de abril de 1982 ejecutar Corporate Operation —Operación Corporativo— para recuperar los 16 mil 249 kilómetros cuadrados del archipiélago.
Las hostilidades bélicas estallaron el 1 de mayo de 1982. Con las bajas mortales de 649 argentinos y 255 británicos, la guerra concluyó el 14 de junio de ese año: Argentina se rindió en Puerto Stanley al comando británico, atizó la conmoción interna en la sociedad argentina en medio de una indiferencia o desinterés, aceleró la caída de la dictadura y selló la ruta de lento retorno a la democracia en diciembre de 1983.
Por el fracaso bélico, el presidente de facto de Argentina, teniente general Leopoldo Galtieri (1926-2003), dimitió el 17 de junio y el proceso militar instalado en 1976 agudizó su descomposición final y hundió al país en una derrota moral, mientras en los lejanos campos de batalla de las islas quedaron los cadáveres de jóvenes argentinos.
Por eso y más, al evocar una noche fatídica de intenso bombardeo naval y en lo que exhibió como momento desgarrador y doloroso en 2014 "justo ahí con un compañero", Guillermo lloró ante la fosa de Juan Ramón y junto a las lápidas grises en tierra fría marcadas en letras blancas con… "Soldado argentino solo conocido por Dios".
Irritación… violencia
Hoy con 60 años, casado, tres hijos, abogado y funcionario de la Cámara de Diputados de Argentina, Guillermo ingresó de 16 a la Armada (Marina), sin terminar la secundaria, a convertirse en suboficial como maquinista de barcos. El 10 de abril de 1982, con 20 y estando en Buenos Aires en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), hundida en el descrédito como centro clandestino de la dictadura para detenciones y torturas, se le notificó que el 11 iría a Malvinas por tres días.
"Me llevaron en avión a Malvinas, pero nunca regresé en tres días. Cuando el 1 de mayo empezaron los combates en Puerto Argentino, yo estaba allí. Estuve 64 días hasta el final de la guerra. Al regresar me di de baja", relató.
A 40 años de aquella experiencia, confió: "Sin traumas físicos, sí tengo mentales. El síndrome de estrés postraumático crónico me acompaña y genera irritación, violencia, insomnio, pesadillas. Es muy difícil recuperar la paz. Mi familia sufre al verme en ese estado.
"Es un síndrome muy fuerte y nunca podré dejar la asistencia siquiátrica y sicológica. No puedo olvidarme de los compañeros que fallecieron y de toda esa historia tan terrible de estar en una guerra. Me ha perjudicado mucho con reacciones violentas muchos años", explicó.
Guillermo invitó en abril de 2021 a sembrar árboles por los fallecidos en combate. "Es honrar la memoria de los caídos. El proyecto pasó de Argentina al resto del mundo, México incluido. Es plantar un árbol para transformar esas muertes en vida. El árbol es vida: vivamos del aire que recibimos de esos árboles plantados por los fallecidos", indicó.
"El glorioso"
De 59 años, separado, con tres hijos y con pasado laboral desde locutor hasta vendedor ambulante callejero, el argentino Héctor Vega está pensionado como veterano de Malvinas. Un 2 de abril, con 18, pero de 1981, entró a la Armada en Buenos Aires y cuando el servicio militar era obligatorio en Argentina a partir de esa edad.
En entrevista con este periódico, Héctor describió que hoy hace 40 años estaba en el crucero general Belgrano en la Base Naval Puerto Belgrano, área norcentral del litoral de Argentina en el Atlántico Sur, y bajó con el resto de la tripulación al muelle a escuchar órdenes.
"El alto mando nos informó que Argentina recuperó ese día las Malvinas, que íbamos a ocupar las islas, más que nada presencia, y que los británicos nunca regresarían [sonríe]. Zarpamos el 16 con el glorioso general Belgrano cargado de municiones y alimentos hacia Malvinas: fue la última zarpada del buque. No volvió nunca más", lamentó.
Rumbo a las islas, Héctor hizo ejercicios de tiro con baterías antiaéreas. "Creíamos que el ataque vendría de arriba, pero nunca de abajo como sucedió", aseveró. El Belgrano fue hundido el 2 de mayo por el submarino nuclear británico HMS Conqueror y, de la dotación de mil 93 personas, 323 marinos murieron en el crucero, en las balsas salvavidas o desaparecieron en el mar.
El grupo de Héctor fue rescatado 48 horas después por una nave hospital argentina. La guerra acabó para Héctor, pero comenzó otro calvario al retornar a Argentina y pedir la baja.
"Empezaron los verdaderos fantasmas. Me costó mucho reincorporarme a la sociedad. Uno se sentía un paria, mientras la gente vivía normalmente. La guerra parecía estar muy lejos y uno quería golpearse contra la pared y como un zombi por la vida: uno defendiendo al país y la gente como si nada hubiera pasado", dijo.
Y así emergió la "desmalvinización", a la que Héctor repasó en 10 palabras: "De eso no se habla. Había que tapar todo eso".