5 de Diciembre de 2025
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Joe Biden, un primer año tortuoso

 

 

 

 

 

 

 

WASHINGTON

EL UNIVERSAL

El primer año completo de Joe Biden como presidente de Estados Unidos está por llegar en la semana que entra, y termina con mal sabor de boca para un mandatario que llegó a la Casa Blanca con las expectativas al máximo, que ha tenido varios éxitos, pero que, en la perspectiva a futuro y viendo el balance de sus últimos días, no tiene un augurio tan brillante como desearía.

En su discurso de toma de protesta, Biden lo tenía claro: Estados Unidos, inmerso en una cascada de crisis, retos y desafíos como poco antes en su historia, tenía que dar "un paso al frente". "Hay mucho que hacer", decía desde las escaleras del Capitolio, después de jurar el cargo como el mandatario número 46 de la nación.

A día de hoy está lidiando todavía con aquello que eran prioridades para su gobierno, aquello que tenía que cambiar y solucionar urgentemente. El principal problema, sin lugar a duda, ha sido la gestión de la pandemia de coronavirus. Como candidato apostó fuerte por ser el hombre necesario para la resolución de una crisis mundial que estaba lastrando a Estados Unidos, en gran parte por el limitado liderazgo del anterior presidente, Donald Trump.

A Biden no se le puede achacar la aparición de nuevas variantes cada vez más contagiosas y hay que reconocerle el haber diseñado un plan de acceso a vacunas suficientemente robusto como para poder lidiar con la situación. Sin embargo, el fracaso es evidente. La vacunación no despega, no ha conseguido vencer a la difusión de desinformación ni convencer a los antivacunas y sus intentos de mandato de vacunación para acelerarla han topado con los tribunales. El revés del Supremo de esta pasada semana, denegándole poner mandatos a empresas de más de 100 trabajadores, pone trabas a su plan.

Una estrategia que también ha sufrido golpes autoinfligidos, con errores de comunicación, contradicciones internas y un despliegue de medidas (empezando por la lentitud en apostar por los tests, aunque ahora prometa mandar millones a todos los hogares) que en muchas ocasiones no ha estado a la altura para calmar los ánimos. Sus augurios, con celebraciones de grandes tasas de vacunación inmediatas que no llegaron y casi de fin de pandemia —hasta la llegada de una nueva variante—, nunca se cumplieron. Al contrario, los efectos derivados de la recaída, como la renovada escasez de productos o una elevada (y esperada) inflación, no han ayudado a mejorar la imagen del que debía ser y ha sido el principal reto de Biden.

En gran parte (pero no únicamente), la gestión del coronavirus (y el hartazgo y la sensación de interminabilidad sobre la pandemia) explica los índices de popularidad de Biden. Unido a la sensación de que su gobierno no está produciendo todo lo que prometió, unido a una sociedad impregnada de una polarización galopante y cada vez más divisiva, han llevado a Biden a cifras preocupantemente bajas.

Según el resumen de encuestas del portal FiveThirtyEight, Biden roza con suerte 42% de popularidad, y los que opinan que está haciendo un trabajo pobre superan 51%. Es el segundo registro más bajo para un presidente en su primer año de mandato entre los mandatarios más recientes. El peor había sido Donald Trump, que estaba bordeando  40% sin llegar a tocarlo nunca.  Si sólo se pone la mirada en los últimos sondeos, el panorama es peor. En el de Quinnipiac University, publicado hace pocos días, la aprobación de Biden estaba en  33%, un resultado muy complicado de digerir.

"Hay que recordar que las expectativas son muy altas para cualquier nuevo presidente, y particularmente tras el resultado de la administración Trump, donde la gente estaba básicamente agotada por controversia tras controversia, despido tras despido; las expectativas de la gente eran altas para volver a la normalidad", comenta Kathryn Dunn Tenpas, del Miller Center. Que no haya llegado esa "normalidad" con la premura que se esperaba (y sobre la cual se había hecho campaña) habla mucho de la sensación que sobrevuela el gobierno Biden.

Para Guian McKee, politólogo de la Universidad de Virginia, dice que la cultura política ha cambiado en Estados Unidos y la popularidad de un presidente ya no tiene que ver con lo que consigue legislativamente, o al menos no en el grado que correspondía hace un tiempo. Y es que Biden ha tenido grandes éxitos legislativos, especialmente al inicio de su mandato.

La aprobación de dos paquetes económicos milmillonarios, cumpliendo promesas urgentes de campaña (1.9 billones de dólares para recuperación por la pandemia, 1 billón para infraestructuras) presagiaban un paseo triunfal de Biden por el Congreso, capaz de superar los obstáculos que se le suponían a pesar del control demócrata (aunque mínimo) de las cámaras.

Hasta ahí llegó la luna de miel legislativa. El bloqueo se prevé que dure hasta las legislativas de noviembre, dinamitando el capital político de Biden como unificador bipartidista, y dejando fuera dos planes indispensables de su agenda: el plan de inversión social, con las medidas medioambientales y de migración que tienen un futuro oscuro.

Un tema, el de migración, que no ha tenido los avances prometidos, de momento más en palabra que sobre el papel: las expulsiones de indocumentados que cruzan la frontera siguen produciéndose de manera exprés (incluso con imágenes como la persecución a migrantes haitianos a golpe de látigo), el ‘Quédate en México’ sigue vigente, y no hay avance en la salida de las sombras de los indocumentados dentro del país.

En ese punto, al menos sí ha cambiado la retórica, ya no se persigue a la comunidad migrante con tanta criminalidad como con Trump, y la intención de aumentar las cifras de refugiados están presentes. La resolución del asunto migratorio y la mejora en los países de origen no ha avanzado un ápice.

El empujón de los últimos días en cuanto a legislación pro derecho a voto, que tiene pinta que no llegará a buen puerto, se une a la lista de fracasos.

Reveses que, en conjunto, hacen que 42% de los votantes, incluidos uno de cada cuatro demócratas, sientan que Biden ha cumplido menos de lo que esperaba, de acuerdo con un sondeo de Político.

"La presidencia estadounidense es una percepción del estado de la nación. El trabajo del presidente es hacer que los ciudadanos vean esa nación más claramente, más como una unidad que vale la pena preservar, y luego mostrarnos cómo se puede preservar", escribía el novelista Richard Ford, hace unos días. Las cifras de las encuestas demostrarían que las sensaciones no son halagüeñas ni hacen un balance totalmente exitoso del primer año de Biden.

Y eso que ha tenido momentos importantes, en los que el presidente ha podido cumplir su promesa de dejar atrás parte del legado trumpista y devuelto a Estados Unidos al centro de la geopolítica mundial. Su "America is back" se ha cumplido, ni que sea en la superficie, recuperando diplomacia y recosiendo alianzas. Volvió a los Acuerdos de París, está intentando regresar al pacto nuclear con Irán y reforzado lazos con la OTAN.

Pero ni ese flanco, que debería haber sido de los más sencillos, han podido evitar los errores: la retirada de Afganistán fue un caos de dimensiones cósmicas, y la polémica con Francia por los submarinos australianos tuvieron la relación transatlántica colgando de un hilo. Y eso sin hablar de la extrema tensión con Rusia en el frente de Ucrania, que no le ha permitido limar asperezas ni gastar tiempo en lo que realmente quería centrarse: en la competencia con China.

Uno de los pilares de la figura de Biden era su capacidad de restaurar el alma del país y eso le ha sido imposible. No sólo no ha conseguido vencer la "gran mentira" de Trump, que sigue expandiéndose y pone en riesgo la democracia de Estados Unidos, sino que incluso dentro de su partido las grietas se amplifican, poniendo en riesgo una coalición que le llevó a la Casa Blanca y que podría tener efectos nefastos: en noviembre puede perder el control legislativo, y de ser así su agenda tendrá los días contados.

En su discurso de hace un año, Biden decía que el país tenía una sensación de urgencia porque había "mucho por reparar, mucho por restaurar, mucho que sanar, mucho por construir". El trabajo por delante es enorme, y las perspectivas a futuro, especialmente en este año hasta las elecciones legislativas de noviembre, marcarán el camino del legado que tendrá Biden en un país que todavía no ha podido reparar su alma ni resolver los grandes retos que tenía cuando llegó al poder, hace exactamente un año.