Estableció que la alegría del cura “puede estar adormecida o taponada por el pecado o por las preocupaciones de la vida” pero advirtió que, en el fondo, permanece intacta como el rescoldo de un tronco encendido bajo las cenizas y siempre puede ser renovada.
Reconoció que él también pasó por momentos “apáticos y aburridos” que a veces sobrevienen en la vida sacerdotal, producto de momentos de tristeza, en los que todo parece ensombrecerse y el vértigo del aislamiento nos seduce.
En esos casos, señaló, la alegría es “custodiada por el pueblo” que “es capaz de protegerte, de abrazarte, de ayudarte a abrir el corazón y reencontrar una renovada alegría”.