San Antonio del Táchira.– Al final de la avenida Venezuela, frente a la glorieta donde se honra con una imagen a la Virgen de la Luz, había hasta la semana pasada un busto del presidente Hugo Chávez.
Fue develado, como otros de su tipo en distintas partes de este país, con motivo del 240 aniversario del natalicio de Simón Bolívar, en julio pasado, cuando Chávez llevaba cuatro meses de haber fallecido (eso, al menos, de acuerdo con la información oficial).
Ayer, a dos días de que se cumpla un año del anuncio de la muerte de Chávez, sólo queda el pedestal en que reposaba el busto. Éste fue decapitado por una multitud enardecida, harta de la escasez de alimentos que ha padecido esta población fronteriza con Colombia desde mediados de febrero, situación que se ha sumado a la irritación por la inseguridad.
San Antonio del Táchira está ubicado a 400 kilómetros de Bogotá y a 850 kilómetros de Caracas.
Las protestas que tienen en vilo al gobierno de Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez –designado por dedazo–, comenzaron hace casi un mes a menos de 50 kilómetros de aquí.
El 6 de febrero, en el campus de la Universidad de Los Andes en San Cristóbal, capital del estado de Táchira, elementos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) arremetieron con disparos de perdigones contra una protesta estudiantil desencadenada por el intento de violación de una alumna.
La represión provocó indignación en muchas partes de Venezuela que culminaron en las manifestaciones del miércoles 12 de febrero, convocadas por los líderes de la oposición venezolana, entre ellos Leopoldo López. Ese día ocurrieron las primeras tres muertes de las 18 que van en estos días de intenso repudio al gobierno venezolano.
Las protestas han ido en aumento desde entonces, pero es en este estado, Táchira, donde más se han hecho notar. Antes de las crisis, que llevó a Nicolás Maduro a tensar las relaciones con Colombia, ésta era una frontera bastante integrada, donde la gente pasaba libremente todos los días de un lado a otro para trabajar o comprar productos donde estuvieran más baratos.
“Los cucutanos y los gochos (como se conoce a los habitantes de Táchira) somos muy parecidos”, describe María del Pilar Chacón, una comerciante de San José de Cúcuta, en el lado colombiano del río Táchira.
“Usamos las mismas expresiones, tenemos el mismo acento, y somos alegres y bromistas”, agrega. “Es más, muchas veces yo no puedo decir si alguien de por acá es colombiano o venezolano”.
Sin embargo, de unos meses para acá el deterioro de la situación económica en Venezuela ha frenado los intercambios de población.
“Ya comenzamos a sentirnos extranjeros cuando cruzamos la frontera, eso antes no sucedía”, apunta Chacón.
La escasez ha hecho que decaiga el flujo de colombianos a Venezuela, donde el gasto solía rendir al doble, y aunque los venezolanos encuentran en Colombia los productos que hacen falta en su país, no hay sueldo que alcance para comprarlos.
“Hace 20 o 25 años, vivir en Venezuela o ser como los venezolanos era una aspiración para nosotros, y me atrevería a decir que para muchos latinoamericanos”, dice Juan Páez, un profesor universitario de Cúcuta. “Colombia vivía la violencia y Venezuela era una democracia bastante estable. Los mirábamos con admiración”.
Históricamente, muchos colombianos de Norte de Santander, la provincia colombiana que colinda con Táchira han trabajado en el otro lado y, hasta hace unos años, sus ingresos alcanzaban para mantener a sus familias con relativa comodidad.
Conforme se fue deteriorando, en tiempos recientes, la paridad del bolívar frente al peso, dejó de ser redituable trabajar en Venezuela.
Pero incluso, los colombianos que prefirieron continuar laborando en el otro lado de la frontera
–entre otros, los desplazados por la violencia– han enfrentado dificultades. El Servicio Autónomo de Inmigración y Extranjería (Saime), el departamento de migración venezolano, ha estado deportando a un número creciente de extranjeros. En los primeros dos meses del año, cerca de 600 colombianos, algunos de los cuales tenían papeles para trabajar y familia en Venezuela, han sido devueltos a su país por la frontera de Cúcuta.
Éste ha sido un tema, uno más, de una escalada declarativa de Caracas contra Bogotá.
El 18 de febrero pasado, el presidente colombiano Juan Manuel Santos afirmó que su país veía con preocupación las recientes deportaciones de colombianos. Aseveró: “Compatriotas que han denunciado que han sido deportados sin justa causa. Dicen que les quitan los documentos y los deportan”.
No demoró la respuesta del mandatario venezolano Nicolás Maduro: “Viene el presidente Santos a decir que en Venezuela maltratamos a los colombianos, y que mi gobierno los maltrata y los deporta”. Y agregó: “Nuevamente ha cometido un error, presidente Santos, al dejarse llevar por su corazoncito y su simpatía con los fascistas y la derecha venezolana, que siempre lo llevan directo al voladero de la política internacional”.
Lo cierto es que esta frontera ya no es lo que era: un lugar donde las fuerzas del mercado, incluido el contrabando –como el de gasolina–, creaban oportunidades para la población de uno y otro lado del río.
Antes del estallido de las protestas en Venezuela, ambos gobiernos hablaban de construir un cuarto puesto fronterizo entre Táchira y Norte de Santander. Pero este lunes de carnaval, la paralización del puente internacional “Simón Bolívar”, entre Villa del Rosario y San Antonio del Táchira era una prueba ineludible de los tiempos difíciles que vive la región.
De uno y otro lado del puente, centenares de automóviles y motocicletas esperaban a que el puente fuera reabierto. Un bloqueo de la oposición venezolana, que comenzó temprano por la mañana, se mantenía al cierre de esta edición. También estaba obstruida la salida poniente, hacia San Cristóbal, lugar de origen de las protestas en Venezuela.
Centenares de manifestantes se apostaron frente a la aduana principal, del lado venezolano del puente, vigilados de cerca por elementos de la Guardia Nacional Bolivariana y soldados de la Infantería Paracaidista, a la que perteneció Hugo Chávez, visibles por sus boinas rojas.
En las calles de San Antonio del Táchira, las cortinas de los negocios cerradas y la basura en las calles y banquetas daban cuenta de la paralización de la economía y los servicios de la localidad.
“Ha habido otros bloqueos, pero éste ha sido el más largo”, dice Mario, un mototaxista que ofrece, por “mil pesitos” (medio dólar), llevar personas de un extremo del puente al otro, un tramo de unos 300 metros que es lo único que está abierto a la circulación de vehículos de dos ruedas en esta frontera bloqueada.
Anochecía cuando el reportero regresó caminando por el puente hacia el lado colombiano. Antes de dejar atrás el plantón en la aduana de San Antonio del Táchira, un grupo de mujeres anunciaba a los manifestantes que estaban por llegar más personas para reforzar el bloqueo. Parecían dispuestos a pasar ahí la noche y mantener por tiempo indefinido la medida de presión.
“¿Hasta cuándo?”, pregunté a una de ellas, que se identificó como Gabriela Vivas. “Hasta que se vaya Maduro, porque ya no aguantamos esta escasez de todo”, me respondió. “Nos está matando de hambre”.
Y, apuntando a los miembros de la GNB que vigilaban el plantón, continuó, retadora: “Oye, mexicano, dile a la gente de tu país que esos no son bolivarianos. No pueden serlo porque Bolívar unió esta región. Ellos la están dividiendo”.