Shandra Woworuntu perdió su empleo como analista financiera en un banco en Indonesia y en 2001 viajó a Estados Unidos tras conseguir un empleo temporal en la industria hotelera en Chicago. Confiada con la visa estadounidense, dejó a su hija con la promesa de volver pronto.
Una vez en el aeropuerto, un desconocido la recogió y la llevó a su nuevo trabajo como esclava sexual en un burdel de Nueva York, antes de ser pasada bajo el mando de diferentes proxenetas.
Fue forzada a trabajar por la noche en casinos y hoteles donde los clientes elegían entre varias chicas, algunas de ellas no mayores de 12 años. A menudo se les negaba de comer pero tenían fácil acceso a alcohol y drogas, además le dijeron que debía trabajar para pagar una cuota de 30,000 dólares por 'iniciarla en el negocio'.
Shandra perdió toda noción del tiempo. De manera constante era trasladada en camionetas blindadas con vidrios oscuros y escoltada por varios guardaespaldas. Todo lo que sabía era que había llegado en la primavera y el frío del invierno empezaba a sentirse.
Fue la ventana abierta de un baño lo que le permitió escapar con otra de su compañeras y tras semanas de vivir sin refugio y sin el apoyo de la policía o el FBI debido a que su historia era difícil de creer, fue ayudada por la organización Safe Horizon.
Las autoridades no le creyeron pues carecía de papeles, los cuales quedaron en manos de quienes la esclavizaron. Pero una vez con el respaldo de la organización, Shandra no sólo fue escuchada sino logró que fueran atrapados miembros de la red de tráfico que la mantuvieron cautiva.
De acuerdo con La Alianza para Terminar con la Esclavitud y el Tráfico de Personas (ATEST, por sus siglas en iglés), cada año son introducidos a Estados Unidos entre 14,000 y 17,000 mujeres, hombres y niños que son sometidos a trabajos forzados y/o utilizados como esclavos sexuales