Agencias. Ciudad de México. La mano no debe temblar, a pesar de que sobre el cuadrilátero un terremoto de puños cimbre la arena.
Son 11 kilogramos lo que pesa la cámara con la que Mario Mendoza trabaja para transmitir a los aficionados cada detalle que emana en una pelea de boxeo.
Contrario a las imágenes que capta, este aparato no permite movimientos bruscos. Se opera con delicadeza.
Entre 60 centímetros de lona que separan las cuerdas del final del cuadrilátero, el camarógrafo se convierte en malabarista para llevar la mejor imagen. Hace su propio ballet detrás del lente. No sólo se necesita talento, también es indispensable carácter para estar de pie en una esquina en la que de pronto puede salpicar sangre o sudor.
“Hay peleas en la que uno ya quiere que la paren. Se vuelve muy lastimoso ver cómo castigan a un boxeador, pero peleando por su vida y el campeonato”, rememora Mario sobre algunos combates.
Como el nocaut que le propinó Juan Francisco Estrada a Giovani Segura en septiembre de 2014, en el que el guerrerense terminó con el pómulo y párpado derechos deformados. “Uno quisiera cerrar los ojos, taparse, pero no podemos. Somos profesionales y hay que llevarle a la gente esas imágenes”.
Mientras los boxeadores toman aire, Mario mantiene su batalla. Capta la intimidad de una esquina. Revela los secretos de la estrategia al tiempo que registra las peripecias que se hacen para revivir un cuerpo maltrecho.
“Hay muchos managers que sí se pueden molestar por acercarnos mucho a su esquina. Lo que trato de hacer es conocer a todas las personas a lo largo del fin de semana para que no me vean como extraño”.
Generalmente con el correr de los rounds las heridas florecen. Los cuerpos se tiñen de carmesí y la carne asoma. Imágenes que embelesan a los aficionados. Opio de sus noches de fin de semana que disfrutan desde la comodidad de su hogar.
“Cuando un boxeador tiene una herida, el director de cámara nos pide acercarnos a ella. Es muy difícil hacer un zoom tan detallado, porque la imagen se distorsiona, pero ahí entra nuestra habilidad para trabajar. Se puede ver hasta vulgar el transmitir la herida o lesión, pero está claro que esas imágenes van a aparecer”, sostiene Mario.
Pormenores que Mendoza retrata mientras le salpican sudor y sangre “muchas veces los peleadores se pegan mucho a las cuerdas y por la agitación de sus movimientos la sangre cae en la cara o en la cámara”.
Ante ello, el camarógrafo debe tener paciencia. Un trapo, en lugar de quitar la sangre sólo mancharía más el lente. Entonces espera a que se vayan a otra toma para limpiar con un líquido especial.
Mario Mendoza es parte del equipo de Box Azteca desde hace ocho años. Prácticamente vio el regreso del pugilismo a la televisión abierta en nuestro país. En su empresa acumula 20 años de experiencia. Empezó como asistente de iluminación y ahora es testigo de los mejores combates. Así ha podido estar cerca y grabar a boxeadores como Manny Pacquiao, Saúl “Canelo” Álvarez, Floyd Mayweather, Miguel Cotto y Julio César Chávez Junior.
El Junior y su último chance
Justamente el sábado, Julio César Chávez Junior regresa al ensogado, casi un año y medio después de su más reciente combate. Enfrenta al alemán Dominik Britsch en búsqueda de retornar a la élite.
Mario Mendoza cree que el “Hijo de la Leyenda” está ante su último llamado, por eso espera que mantenga el hambre que mostró en el round 12 contra Sergio Martínez, pelea que le tocó observar de cerca, y que ganó dramáticamente el argentino.
“Estuvo muy buena, el equipo de Chávez estaba confiado en la victoria, pero todo fue muy distinto. ‘Maravilla’ se le iba encima y no veíamos una respuesta. Al final de la pelea es cuando empieza la euforia. Cuando tira a ‘Maravilla’ esperábamos que ya no se levantara, pero el tiempo se fue consumiendo y quedó todo en un suspiro”.
Para este sábado en Monterrey: “Espero una victoria contundente de Chávez, que tenga un buen regreso y que le muestre a la gente que es un nuevo Chávez Jr.”.
Los sonidos de la esquina
En una pelea, los cinco sentidos de Mario entran en acción: un ojo pegado a la mirilla, mientras el otro no se pierde lo que acontece alrededor. El olfato se percata de los olores que despiden las pomadas que se mezclan con los fluidos del peleador. A su oído llegan indicaciones del director de cámara que se revuelven con la narración que se realiza en ringside. El tacto está inmiscuido en la destreza con la que maniobra la cámara. Y el gusto... lo tiene por el boxeo.
“Hay dos posiciones que deben de tener los camarógrafos arriba del ring: en las esquinas. El camarógrafo más cercano a los boxeadores lleva la toma, mientras el otro se tiene que agachar para no salir en la transmisión. Cuando los boxeadores se mueven, se invierten los papeles”.
Para una función, de ocho a 12 camarógrafos entran en acción para cubrir cada ángulo del ring y lo que acontece alrededor.
Mario ha aprendido a ser tolerante, pues muchas veces le han aventado botellas de agua porque tapa la visión de los aficionados, pero ya aprendió a predecir los movimientos de los boxeadores para tener una mejor posición.
“En lo particular aprendí a guiarme con los movimientos de los boxeadores. Debemos estar prevenidos cuando se lanzan con todo porque puede noquear a su contrincante y rápidamente hay que bajar la cámara para ver la forma en la que cae. Tienes que estar muy al pendiente de esos detalles”.
Para Mario, quien también ha trabajado en partidos de futbol u otras competencias como Juegos Olímpicos, el boxeador tiene un olor distinto a cualquier otro deportista.
“Una pelea de boxeo huele a sangre con sudor, adrenalina pero también a miedo. El boxeador tiene un olor distinto a cualquier otro deportista. Estar junto a ellos me ha servido para percatarme de eso. De los sonidos. Uno identifica cuando un golpe hizo daño por la forma en la que suena y la queja del peleador que lo recibe. Creo que esas situaciones son las que me regala ser camarógrafo de boxeo”.
Mario Mendoza ve el boxeo detrás de la lente para llevarles a los aficionados el máximo detalle.
La Phantom es cuestión de gustos
La cámara Phantom, capaz de crear un efecto visual que permite ralentizar artificialmente una acción con el fin de aumentar el impacto visual o emocional, es utilizada en varios deportes y el boxeo no es la excepción. El uso de esta cámara depende del gusto y presupuesto que tiene el productor.
Mario Mendoza señala que las producciones donde se utiliza la cámara Phantom son las de mayor impacto mediático.
“Depende del productor. Hay muchos que prefieren hacer los resúmenes del round más fluidos y optan por no utilizar la cámara lenta. En grandes peleas, generalmente se lleva”, sostiene Mendoza.
La cámara lenta se obtiene rodando una escena con un número de imágenes por segundo superior a la velocidad de proyección. Al pasar el registro con un número de imágenes por segundo normal, la escena, más larga, da la impresión de desarrollarse lentamente, lo que en el pugilismo permite proyectar los golpes en el momento de su impacto y cómo guante y rostro se deforman al no poder ocupar un mismo lugar en el espacio.
“La gente piensa que vemos nosotros la pelea más lenta con la Phantom. Pero se graba igual que una cámara normal. Sirve para realizar lo que llamamos highlights”.
Fuente: El Universal