Ciudad de México.-
El director de un museo debe siempre causar la impresión de que está al tanto de lo que ocurre en su institución. El coleccionista, para adquirir perspectiva de la situación de los otros, debe tomar “cursos de realidad”. El artista debe vestir a la moda, pero con un elemento inesperado como calcetines de colores chillones.
Son algunas reglas del “deber ser” incluidas en el Manual de estilo del arte contemporáneo (Ediciones Tumbona), para quienes se introducen al ambiente artístico. La guía apela a la sátira y la comicidad para, en realidad, hacer una crítica del entorno social, económico y político que se genera alrededor de las artes.
A cargo del artista visual Pablo Helguera (Cd. de México, 1971), la publicación define a los protagonistas del medio artístico, enlista reglas del “deber ser” y describe las relaciones entre curadores, críticos y artistas. Así traza una radiografía de este ambiente en un intento por proponer una sociología del arte contemporáneo.
“Es una forma irónica de señalar la poca atención que le prestamos a nuestro propio comportamiento alrededor del arte con toda clase de complejos y contradicciones. Señalar cómo el mundo del arte busca balancear la complicada relación entre lo que sería el valor estético, que a veces se asocia con lo sublime, con el valor comercial, que es inevitable asignar cuando una obra se convierte en un bien físico”, dice Helguera sobre el libro, que publicó la segunda edición.
En entrevista, explica que los círculos sociales alrededor de la producción artística han respondido a “reglas implícitas” de una sociedad aparentemente educada, con intereses comerciales, atentos a negociaciones entre marchantes del arte. En ese sentido, el manual parte de una observación antropológica de la sociedad vinculada a este medio.
Quien ha dirigido proyectos educativos para el Guggenheim Museum de Nueva York detalla que, principalmente, con la llegada del arte conceptual surgieron rituales y actitudes muy específicos de los protagonistas de la escena que cumplen con el perfil establecido “socialmente” dentro del canon artístico, como un juego de ajedrez con reglas precisas.
Es por eso que define al medio del arte como una “religión empresarial”, donde por un lado se mantiene la esencia estética de apreciar obra, y por otro, sobresale los intereses capitalistas que determinan modos de avalar, comprar o exponer una pieza: “El mundo del arte que se precia tanto de su radicalismo, se ve en la extraña situación de desenvolverse en un entarimado social sumamente rígido”.
Por ejemplo, señala en el libro que un director de museo debe contar más con capacidades políticas y de negociación que con conocimientos de la historia del arte; los directores son quienes deben siempre causar una buena impresión, quienes deben proponer transformaciones a la escena artística sin comprometerse.
Mientras que describe al curador como un modelo moral, ético e intelectual dentro del medio del arte; quien en cierto modo tiene en sus decisiones el futuro de muchos artistas, pues son quienes de alguna manera legitimizan el arte, y si no seleccionan para algún proyecto a un creador pueden obstaculizar su carrera.