Fluir es la acción que define la obra de la Yoko Ono (Tokio, Japón, 1933). Sus piezas e ideas fluyen, transitan de espectador en espectador generando una experiencia rizomática y renovadora. Al experimentar las acciones que propone como complemento de ese quehacer que pareciera exclusivo del creador, el arte se democratiza y se vive de una manera distinta al arte conceptual que intimida; aquí, en Tierra de esperanza, que se presenta en el Museo de la Memoria y Tolerancia, esos conceptos se tocan.
No es la primera vez que la obra de esta artista japonesa se exhibe en México, pero es quizá la muestra que mejor sintetiza su trabajo. Las piezas elegidas ofrecen una visión representativa de su propuesta, que da continuidad a las prácticas del grupo Fluxus, al cual perteneció, y que en las décadas de los sesenta y setenta reclutara a personajes talentosos de los ámbitos de las artes visuales, música y literatura para revelarse contra el objeto artístico como mercancía. Ese espíritu puede sentirse en esta exposición curada por Gunnar B. Kvaran.
George Maciunas, fundador del movimiento Fluxus, más que arte conceptual propone una experiencia sociológica revelándose así a la práctica conceptualista desde la línea de Marcel Duchamp; para los Fluxus, la vanguardia no significa —ni implica— renovación lingüística. La semántica no es el fin sino el medio para explorar a través de la interdisciplinariedad y el uso de materiales, canales, técnicas y herramientas ajenos, en la búsqueda de una experiencia cotidiana total y libre de la creación e imaginación. Esta búsqueda está presente en el trabajo de Yoko Ono, que se exhibirá hasta el 29 de mayo.
En esta compacta pero sólida exposición —integrada por dieciséis obras– el visitante vive la dinámica Fluxus, que como lo señalara el poeta francés Robert Filliou, es antes que todo “un estado del espíritu, un modo de vida impregnado de una soberbia libertad de pensar, de expresar y de elegir. De cierta manera Fluxus nunca existió, no sabemos cuándo nació, luego no hay razón para que termine”. Y tuvo razón, no hay manera de detener lo que fluye y se ignora dónde nace. Los cauces que tomó este movimiento corren por la obra de John Cage, Joseph Beuys, Dieter Roth, Adolfas Mekas y Felipe Ehrenberg, entre muchos. Fluxus es una actitud, una forma lúdica de hacer arte que sigue llamando a nuevas generaciones de artistas y de espectadores.
En las piezas de Yoko Ono más que ver lo cotidiano en el arte, se experimenta la disolución del arte en lo cotidiano, como en su ya icónica obra Celling Painting, Yes Painting (1966), famosa por haber conquistado a John Lennon. Más allá de la anécdota amorosa, evidencia la complejidad de las ideas sencillas que obviamos: en el techo está escrita la palabra “Yes”; sin embargo, pocas veces miramos hacia arriba, no la vemos hasta que topamos con las escalera s que sugieren subir. Muchos optan por no subir aunque nadie lo impide, y quienes se atreven se encuentran como respuesta un sí. Esta pieza reflexiona sobre lo difícil que resulta ver lo positivo. El no siempre está dado, pero el sí siempre parece la excepción. Cuentan que Lennon entendió el mensaje como una invitación a continuar, comprendió la base de quien más tarde se convertiría en su esposa. Este seguir se trata de reconstruir. Y aunque esta es la única pieza que —en esta ocasión— no se puede experimentar, deja en claro el porqué de esta muestra en un museo cuyo tema no es precisamente el arte.
Tierra de esperanza es parte del Proyecto Paradiso impulsado por la Comisión de Cultura Arzobispado de México, cuyo objetivo es promover la reflexión de valores humanos en pro de generar un compromiso social colectivo a través del arte contemporáneo. La obra de Ono empatiza tanto en tema y forma; además, promueve la reflexión sobre el arte en sí y, paralelamente, se convierte en un medio de exploración sobre ciertas problemáticas sociales que nos aquejan.
Cada una de las piezas en exhibición es un regocijo que requiere disposición y tiempo, que invita al público a desinhibirse y a recuperar lo vital de las acciones cotidianas y que simultáneamente crea puentes con la tradición japonesa en la que se formó la artista, como lo evidencia el Wish Tree, que desde 1996 se incluye en todas las exposiciones de Yoko —lo único que se requiere es un árbol. Consiste en convocar a los transeúntes (una pieza abierta, ni siquiera se requiere entrar a un museo o galería) a escribir un deseo y colgarlo en las ramas. Es un eco de su biografía, de niña solía ir a un templo a colgar sus deseos en los árboles que lo rodeaban. Entonces y ahora estos papeles, desde la distancia, emulan flores. En concordancia con la filosofía de Fluxus, esta pieza se expandirá por las dieciséis delegaciones de la Ciudad de México en 110 árboles, creando vasos comunicantes anónimos entre el arte y la ciudadanía; abrazando deseos individuales en la colectividad, incidiendo tal como lo imaginaban en los sesenta en la psicología de la comunidad. Y de cierta manera lo consiguieron; ejemplo de ello son los árboles que plantó Joseph Beuys en el barrio Chelsea de Nueva York que siguen creciendo como un rizoma.
Además de los trabajos icónicos como War is Over, if you want, que lanzara, junto con John Lennon, en el formato de una campaña publicitaria en Londres y Nueva York, en la Navidad de 1969, está la pieza Instructions, que iniciara en 1953, y que al igual que la mayoría sigue en proceso de creación. Esta serie de instrucciones (que se ha ido incrementando) impacta por su simpleza. Cada instrucción precisa recuperar las acciones cotidianas; el mensaje es concreto y eficaz, al leerlo nos damos cuenta que hemos olvidado cómo hacer esas pequeñas acciones que en el día a día damos por hecho, como reír. De una manera sugerente ponemos atención en lo obvio. Pieza del ritmo: “escuchar el latido de un corazón”. Pieza del Sonido III: “escuchar la respiración de tu ciudad”. El espectador actúa, se empodera; de inmediato asume un papel activo que ejerce durante el recorrido de la exposición.
Curiosamente, la primera pieza de la muestra es obviada, toma sentido al salir. Horizontal Memories consiste en un piso tapizado con imágenes de personajes representativos de los sectores más discriminados de la población, que pisamos literalmente porque ya no estamos acostumbrados a mirar por donde caminamos (quizá por ello nos caemos tanto). Este proyecto comenzó en 1997 y es, como la mayoría de las piezas de Yoko Ono, realizado en equipo con materiales, referencias y artistas locales; en esta ocasión las fotos son de Laura Soria (cortesía del Museo de la Fotografía de la Ciudad de México), las cuales pisamos antes de ver, y cuando nos percatamos de lo que tratan viene la disyuntiva: qué hacer, ¿hacemos como que no pasa nada, las pisamos, las esquivamos o nos seguimos de largo?
Excéntrica e inconforme como sus compañeros fluxianos, Yoko Ono busca provocar al espectador no sólo a participar en el proceso creativo, sino a entender el sinsentido de nuestras acciones para luego reflexionar sobre la posibilidad de reconstruir y crear en lugar de corregir y borrar, como en Cut Piece, video que documenta la acción realizada en 1965 en el Carnegie Hall de Nueva York, cuando la artista “invita” a la audiencia a cortar su ropa. Como se observa en el video, empezar no es fácil, pero una vez que se hace el primer corte, los demás suceden con una rapidez escalofriante. Ella está ahí en cuclillas, inmóvil hasta que el público la deja desnuda. Esta pieza trata de dar, y cómo esta entrega total puede ser leída como una debilidad. La falta de resistencia ante el otro se convierte en un imán que acelera la acción. Nadie puede detenerse.
Ono aborda temas sobre la confianza, tienta al espectador a participar y soltar los temores. Muchas de sus obras enfrentan la autocensura, como Mend Piece, que se experimentó por primera vez en 1968. Esta instalación-performativa conmina al público a pegar una vajilla rota, los pedazos están dispersos en una mesa, detrás hay unas repisas en las que se van colocando las piezas enmendadas. El visitante se enfrenta al hecho de que todo está roto y hay dos posibilidades: retirarse o detenerse a pegar, tratar de rearmar una taza o un plato, buscar que engranen los fragmentos, y plantearse la opción de que lo que se tiene enfrente no es un rompecabezas perfecto, que tal vez los fragmentos no embonen, pero que ello no es una limitante. Al pegar se crean vínculos, pero pegar implica un esfuerzo y la mayoría de las veces nadie está dispuesto a “pegar los platos rotos”. En Japón existe una tradición de reparar, un orgullo por reconstruir, la huella de tal re-unión se enaltece como se observa en Invisible People (2011), que rememora la destrucción atómica de Hiroshima y es un homenaje a la reconstrucción. Subraya la importancia del proceso y genera un hipérbaton plástico.
Tal vez para muchos la obra de Ono resulte “obvia” o hasta aburrida, vista desde un presente posmoderno en el cual el arte conceptual se ha masificado perdiendo su aura (en muchos casos) y repitiéndose en un pastiche cobijado por la estética relacional; sin embargo, su propuesta contribuyó a romper tabúes y a crear de nuevos paradigmas en el arte; sin su contribución no existirían muchos artistas contemporáneos que aún siguen practicando las enseñanzas Fluxus. A Yoko Ono le motiva el hecho de crear experiencias artísticas en las que el público pueda intervenir en la acción. No se trata sólo de que el espectador complete la obra, eso ya se había abordado en la pintura moderna, tampoco se limita a tocar al “aura” de la obra, que pareciera ser un traje que funciona según el contexto, como lo planteara Duchamp: se propone despertar al espectador, sacarlo de su pasividad. Esta intervención es distinta a la experimentada en el happening: no es una simple colaboración sino un cambio de rol; ese espectador más que participar se construye como individuo en un tête à tête con la pieza y la artista, tal como sucede en Bag Piece. Aquí el espectador decide cubrirse con unas telas enormes, desde allá dentro la realidad se contempla desde otro punto de vista, no sólo porque más que ver se intuye el alrededor, sino porque el espectador es la pieza en sí, una escultura en movimiento, una pieza de museo para el resto de los visitantes. Al igual que en Telephone in Amaze, ese espectador deja de serlo al participar activamente recorriendo el laberinto transparente para llegar al teléfono colocado al centro. Ir y venir, toparse con una pared, reencontrar el camino... una metáfora de cómo nos relacionamos con los problemas y de que existen distintos caminos para resolverlos. Lo interesante de esta pieza es que el teléfono podría sonar y quien esté ahí podría hablar con la artista (y no se trata de una grabación). Esta obra, así como Arising (2013) —que exhibe los correos electrónicos de mujeres que dan testimonio anónimo sobre alguna agresión, firmado con una foto de los ojos— reitera su postura frente al arte: un artista no es excepcional, lo excepcional es cómo entienda la realidad, y esa actitud creativa puede ser practicada por cualquier persona, claro, si se deja correr la imaginación sin inhibiciones, en la línea de dadá. Como lo describe la artista, se trata de un ejercicio de sanación con un objetivo y planteamiento feminista; Ono, entre otras cosas, fue la primera mujer en estudiar filosofía en la Universidad de Gakushuin en Tokio, la discriminación es uno de sus temas.
Quizá el reto más grande consiste en impactar al público a través de la experimentación del arte desde lo intrínsecamente vital, desnudando al trabajo artístico de la estética y de la investigación plástica, llevando esta experiencia a lo humano. Sus acciones son transgresoras desde la sencillez de la vida. Sky TV (1966) es una pantalla que transmite en directo el cielo de la Ciudad de México, una “ventana” artificial en un lugar cerrado que nos reconecta con la naturaleza, el cielo está ahí aunque no lo miremos. Ahí está lo transgresor.
Tierra de Esperanza es una exhibición que además de ser una oportunidad para ver el trabajo ya emblemático de Yoko Ono, abre la puerta para también entrarle sin prejuicios y miedos al arte contemporáneo, y de paso detenernos a reflexionar sobre nuestra participación en una sociedad violenta. Experimentar esta exposición es reflexionar sobre la discriminación, la guerra, la destrucción y, sobre todo, entender que reconstruir implica esfuerzo, convivencia y mucha imaginación. Esa es al final la magia del arte.