CIUDAD DE MÉXICO, 19 de diciembre.- Alejandro Vélez Jiménez es un constructor de clavecines que con su arte y su oficio da continuidad a una tradición de cinco siglos de música barroca. El próximo año cumplirá dos décadas de trabajo y con humildad acepta que es el mejor en su oficio. Su gusto por la madera tiene un ligero parecido con el perfumista francés Jean Baptiste Grenouille, protagonista de El perfume, de Patrick Süskind, pues cada mañana se detiene en la puerta de su taller e inhala con fuerza para embriagarse del olor a madera.
Discípulo de Martin Seidel y Paul Heart, Vélez Jiménez comenta cómo obtuvo el conocimiento para manejar la madera. Hoy es uno de los más importantes lauderos mexicanos, y sus instrumentos permanecen en el Conjunto Cultural Ollin Yoliztli, el Centro Nacional de las Artes, el Conservatorio Nacional de Música, el Festival Internacional Cervantino (FIC), en la Universidad Veracruzana y el Instituto Superior de Música de Xalapa.
Es más, sus instrumentos le han dado vida a discos de intérpretes mexicanos como el flautista Horacio Franco, el organista José Suárez, la clavecinista Águeda González y la Capella Guanajuatensis.
La madera es la materia más noble y remunerativa que existe, asegura Vélez Jiménez, y para explicarlo recuerda aquella frase india que resume su amor por este material que le da cuerpo y forma a las piezas barrocas de Händel y Bach: “Sed como el árbol de sándalo que perfuma la mano del que la hiere”.
“Yo no hiero la madera, pero al cepillarla ésta desprende su aroma y uno puede percibir cómo cada una huele distinto. Por ejemplo, el ayacahuite tiene un olor dulce y el granadillo es similar a la canela. Sé que soy sensible olfativamente a la madera y ésa es su manera de devolvernos los cariños que le hago, pues aparte de la vista, el tacto cotidiano, el oído y el corazón… la madera nos remunera con su aroma”.
¿Qué más le ha dejado la madera?, se le pregunta al creador de una centena de clavecines y espinetas que habitualmente se tocan en las salas de concierto mexicanas.
“La madera me ha dejado muchas enseñanzas. La más importante ha sido hallar el hilo de la madera para no astillarla, así como sucede con las personas, que a medida que las conocemos podemos descubrir dónde está el hilo de su piel o de su personalidad. Quizá por eso no tengo enemigos, pues siempre pienso: para qué me peleo con la vida”, dice entre risas.
¿Qué le gusta de la música barroca? “¡Su polifonía! Particularmente el clavecín es un instrumento con un sonido celestial, muy dulce, cristalino, con armónicos muy claros. Justamente esa mezcla y contraste de acordes lo hacen sublime y puedo decirte además que al tocarlo la vibración de la tapa te da en la cara, como si estuvieras abanicándote”.