CIUDAD DE MÉXICO, 5 de diciembre.- El Palacio de Bellas Artes es la sede del homenaje póstumo al periodista y escritor Vicente Leñero, quien falleciera el día de ayer en la capital.
Con toda seguridad, Vicente Leñero hubiera elegido nuevamente el camino de la independencia y la libertad. Sí, fue escritor de teatro, de novelas y cuentos, de reportajes y entrevistas, de crónicas y guiones de cine y televisión, pero siempre con autonomía y emancipación de cualquier interés. Así fue recordado el autor de Los albañiles (1963) fallecido el miércoles pasado a los 81 años de edad, durante el homenaje luctuoso que se le dedicó ayer en el Palacio de Bellas Artes.
“Vine porque Leñero siempre será un ejemplo para los periodistas”, dijo Roberto, un estudiante de Comunicación que antes del mediodía ya formaba parte de la fila que se creó para despedir al escritor. Otros prefirieron hablar de su actividad teatral o como guionista de cine, o bien de su vena literaria, pero todos coincidieron en el perfil independiente, libre y arrojado, de su trabajo.
“El periodismo de Vicente Leñero es ejemplar por muchas razones. En un país de verdades a medias, él fue capaz de develar hechos que le molestaban al gobierno; sus reportajes, siempre cronicados, con un tono literario, son toda una enseñanza no solamente para los muchachos que quieren ser periodistas, sino también para los que tenemos muchos años de ejercicio”, opinó el articulista Humberto Musacchio.
Luis de Tavira lo llamó incluso “campeón de la libertad y la verdad” en México. “Descubrir la verdad, hallarla y exponerla fue la pasión que tramó la congruencia de su obra: tantas veces honda, otras veces luminosa y hasta regocijante, las más de las veces provocadora hasta el sacudimiento.
“La libertad siempre fue el camino, como expresión, como creación, la libertad fue el camino para encontrar la verdad y manifestarla, para enfrentar la censura, la violencia del autoritarismo, las mordazas del autoritarismo y la corrupción.”
A las 12 con 13 minutos arribaron al vestíbulo de Bellas Artes las cuatro hijas del periodista que fue director de Revista de Revistas de Excélsior durante cuatro años, a partir de 1972. Mariana, Eugenia, Estela e Isabel llevaban la pequeña urna con las cenizas de su padre, cremado un día anterior de acuerdo con su propia voluntad. Los aplausos aparecieron y Leñero, su imagen en una fotografía a color que se colocó en la antesala del teatro, era testigo.
Ya había en el lugar más de medio millar de personas: familiares, amigos y sobre todo compañeros de batalla de Leñero en el periodismo y los escenarios teatrales, funcionarios culturales, pero también decenas de lectores o admiradores de su trabajo. La única ausente era Estela Franco, su mujer de toda la vida que optó por no acudir a la ceremonia, quizás en congruencia con la antipatía que siempre mostró en vida su marido por los reconocimientos públicos y los homenajes.
Aun así, estaba ahí gente que le quiso y que ponderó sus contribuciones a la cultura mexicana, los aportes de un “escritor total, de múltiples oficios, que supo abrir los vasos comunicantes que nutrieron sabiamente sus diversos horizontes”, opinó De Tavira. El recorrido ante la urna con las cenizas del escritor duró casi una hora, pero no todos pudieron hacer guardia, algunos debieron conformarse con pasar rápidamente ante el reclamo de la seguridad del Palacio de Bellas Artes que no permitió detenerse, ni siquiera el pequeño instante en que se capta una fotografía.
Después el tránsito fue detenido, el titular de Educación Pública, Emilio Chuayfett, arribó al lugar y la ceremonia protocolaria iba a comenzar. El funcionario se acercó a cada una de las hijas para darles el pésame, también a algunos de los compañeros periodistas de Leñero. Mientras ello sucedía se escuchó en la sala: “Vicente vive, Proceso sigue”, el grito se refería a la revista de la que Leñero fue subdirector más de 20 años.
A lo largo del homenaje, un hombre también había pedido justicia por los 43 normalistas de Ayotzinapa, pero el acto se mantuvo más bien distante de cualquier tinte político a pesar de que De Tavira atribuyó a Leñero haber conjurado toda mordaza contra el teatro. “Su teatro tuvo que dar memorables batallas contra la censura, siempre ganó y el teatro siguió adelante; en su triunfo quedó conjurado el autoritarismo y desde entonces el teatro ha caminado en libertad”, afirmó.
Las palabras del director teatral las escucharon algunos de sus compañeros y amigos como Felipe Garrido, Julieta Egurrola, José Solé, Ignacio Solares, Miguel Sabido, Blanca Guerra, Adolfo Castañón, Eduardo Lizalde. Por la parte institucional habló el presidente del Conaculta, Rafael Tovar:
“Vicente Leñero construyó una obra definida por la tenacidad, más de una vez lo escuchamos hablando de apartarse de la literatura luego de romper borradores y reiniciar en más de una ocasión la ardua tarea de vencer la página en blanco, con ese ejemplo, con ese no cejar, nos dio una lección de disciplina, de exigencia personal y de determinación a la que debemos páginas que quedan ya en la historia de nuestra literatura”, dijo.
Tras la participación institucional, las hijas y nietas de Leñero volvieron a montar una guardia de honor y después todos voltearon a la imagen sonriente del escritor, nuevamente vino un minuto de aplausos. Su hija Estela informó después que las cenizas del escritor serán conservadas por su familia en el domicilio de la colonia San Pedro de los Pinos, donde el autor vivió sus últimas décadas; ahí también serán conservadas su biblioteca y sus pertenencias, como aquella máquina de escribir de la que surgieron textos de todos los géneros literarios.
Leñero y Fons, “un sistema propio”
“Él volaba en todos los terrenos, y volaba muy alto”, afirma sin titubear el director de cine Jorge Fons al recordar a Vicente Leñero, pero no al escritor, sino al amigo con quien compartió el gusto por la creación en el séptimo arte.
Para el director de Los albañiles (1976), Leñero dejó “mucha escuela”, pues los últimos años se concentró a “tallerear” con jóvenes desde el terreno de la narrativa, la dramaturgia y el guión. “Últimamente siempre me decía que sólo quería hacer sus talleres y no quería hacer más guiones; yo le decía que hiciéramos otro guión, había que convencerlo”.
Al momento de escribir una película, Fons lograba una complicidad singular con Leñero hasta conseguir su propio “sistema” de producción: “Hablábamos mucho, él tomaba notas a pluma, luego las transcribía en su máquina ya desarrolladas, y volvíamos a discutir, así hasta terminar”.
Un modo de producción que aplicaron en Los albañiles, El callejón de los milagros y El atentado, películas que además coinciden en su estructura aparentemente “desarticulada” que busca enfocar la atención en la reflexión mayor de la historia, y no en el drama a simple vista, explica el cineasta.
“La idea era contar la historia de manera desbaratada, irregular, pero que se entendiera igual, que el trabajo de dislocación sirviera para aumentar la atención y la forma de fusión. Él era un guionista muy completo, le gustaba jugar con la estructura, era lo que él y yo intentábamos hacer con las producciones; le gustaba cambiar de intensidad las escenas, y esas son las características fundamentales para mí de un buen guionista”.
A la vez destaca como “tarjeta de presentación” la crítica social inserta en sus guiones; no como panfletos, sino como una reflexión del entorno; en cuanto veía oportunidad, dejaba a un lado el drama personal para ofrecer historias con un “subrayado” en la realidad caótica del país. “La liga que nos unía era el gran cariño que nos teníamos, que nos permitió trabajar muy bien”.