CIUDAD DE MÉXICO, 3 de agosto.- Henri Cartier-Bresson visitó México en 1934. A él se debe en gran parte que Manuel Álvarez Bravo encontrara reconocimiento internacional. En 1938, el célebre fotógrafo francés propició el encuentro del mexicano con André Breton, quien le compró algunas imágenes y las expuso en París junto con algunos cuadros de Frida Kahlo en una muestra que tituló Souvenir du Mexique.
La relación intelectual y fraterna entre el llamado padre del fotoperiodismo y el más importante fotógrafo mexicano del siglo XX se concretó con una exposición conjunta que se montó en el Palacio de Bellas Artes. En el catálogo escribieron Luis Cardoza y Julio Torri. La muestra viajó en 1935 a Nueva York.
México sería uno de los tantos lugares en los que Cartier-Bresson trató de capturar la imagen perfecta a lo largo de su vida. Todo en Cartier-Bresson fue superior: su búsqueda terminó a los 96 años, hace exactamente diez años, pero aún en vida era ya el fotógrafo más famoso y venerado de la historia de la fotografía; quizás ninguna otra cámara en el mundo, como su famosa Leica (a la que llamó una prolongación de su ojo), haya sido testigo de más sucesos trascendentes en la historia.
Pero tampoco de situaciones cotidianas, en donde los hombres y sus miradas quedaban desnudos. De vuelta a México, a Cartier-Bresson le interesaron los aspectos pintorescos de un país al que Breton había calificado de surrealista. En sus fotos mexicanas, dicen los investigadores Salvador Albiñana y Horacio Hernández, “había siempre gente, estaban animadas por la presencia humana, aunque su mirada era distante, sin el majestuoso respeto de Strand o la monumental calidez que Modotti era capaz de transmitir en sus imágenes sociales”.
La ciudad degradada y los mercados ambulantes fueron su primer escenario en México, después hizo muchas fotografías en el istmo de Tehuantepec (a donde viajó con Álvarez Bravo). “Si en la ciudad —agregan los académicos españoles— evocaba con tono sombrío e inquietante el dolor y el ocaso de la vida, las imágenes de Tehuantepec mostraban a jóvenes madres y a niños alegres y sonrientes. Unas fotos que parecían evocar la inocente felicidad del primitivo, del buen salvaje”.
Pero ya sea en su etapa considerada surrealista, a cuyos representantes comenzó a frecuentar en 1926; de su compromiso social, expresado sobre todo en sus viajes a México y Estados Unidos en 1934 y 1935; en su participación en el cine y sus imágenes de guerra o los múltiples reportajes gráficos que realizó desde 1947 y hasta principios de la década de 1970, Cartier-Bresson siempre buscó más que un simple registro.
El fotógrafo nació el 22 de agosto de 1908 en Chanteloup-en-Brie, en el seno de una familia dedicada a la industria textil. Fue el mayor de cinco hermanos. A través del poeta René Crevel entabló relación con los surrealistas. En la década de 1930 plasmó los temas de interés del surrealismo en muchas de sus primeras fotos.
Su amistad abraca a André Breton, Max Ernst y Salvador Dalí. En octubre de 1930 visitó parte de África, como Costa de Marfil, Camerún, Togo y el Sudán francés. A su regreso viaja por Europa del Este y tras pasar un tiempo en el sur de Francia, compra su primera cámara Leica. En España y Marruecos realiza sus primeros reportajes para la prensa.
En 1947 funda junto con Robert Capa, Bill Vandivert, David Seymour y George Rodger la Agencia Magnum. En 1970 abandona la fotografía para dedicarse al dibujo. Un año antes de su muerte la Biblioteca Nacional de Francia le dedicó una retrospectiva.
A diez años de su partida, la Fundación Mapfre inauguró, en junio pasado, la mayor retrospectiva dedicada al artista, coproducida con la Fundación Cartier-Bresson y el Centro Pompidou de París.
En México, una muestra dedicada al fotógrafo se exhibirá en abril de 2015, en el Palacio de Bellas Artes.