ALEJANDRO CIRIZA
EL PAÍS
El balear desliza que no jugará Wimbledon y dice que llegó a estar “mentalmente destruido”, después de “muchísimos meses” en los que no vio “ningún tipo de luz”.
En la sala de conferencias no cabe un alfiler cuando Rafael Nadal departe con los periodistas. Tampoco ha conseguido acomodo su agente, Carlos Costa, que escucha atentamente de pie la que podría ser la última alocución de su representado. Con tono aséptico, sin dejar escapar ningún signo de emoción y pensando ya en que deberá hacer mañana, tras unos oportunos días de descanso, el tenista incide en lo que ya subrayaba dos días antes: ni él mismo sabe qué pasará, cuando será el final definitivo de esta última recta tan kilométrica e indescifrable, salpicada de lesiones, cirugía, parones y unos últimos rayos de luz que le invitan, dice, a no perder el ánimo. No se veía tan lejos el balear de la enésima gesta.
“Estoy orgulloso por haber llegado hasta aquí después de lo que ha pasado”, introduce el de Manacor, acompañado por su mujer e hijo en esta última aventura parisina, también por sus padres y su hermana. “He tenido muchos momentos bajos, bajos de verdad, con muchísimos meses de no ver ningún tipo de luz, pero al final he mantenido la disciplina, no siempre la ilusión, pero sí la disciplina de ir cada día a entrenarme y de hacer las cosas de la mejor manera que he podido para darme la oportunidad de llegar aquí. Y al final lo he hecho. No ha podido ser, pero no he estado muy lejos de darme opciones reales de poder hacer algo importante. Esta es mi sensación”, continúa.
Se marcha Nadal de la Ciudad de la Luz satisfecho, pero a regañadientes. Aprecia el nivel ofrecido ante Zverev, pero lamenta no haber podido ejercitarse a mayor intensidad durante el último mes, al haber estado condicionado por los problemas físicos que vienen y van. “Por momentos creo que he jugado bien, bien de verdad, y en otros he cometido errores. Pero es que una casa no se construye en dos días. He jugado tres torneos antes y he tenido una semana para entrenarme sin limitaciones, esta es la realidad. Con lo cual... Al final es positivo. He podido jugar sin limitaciones y he luchado. He tenido opciones reales de poner el partido en una situación completamente diferente contra uno de los mejores jugadores del mundo, y creo que no lo he aprovechado porque me faltaba bagaje detrás”, recalca.
De haber logrado sortear la mayúscula oposición del alemán, Nadal contemplaba en perspectiva un escenario apetitoso. Piensa que las siguientes rondas eran más asequibles y que con el paso de los días y la suma de los entrenamientos, su tenis iba a crecer y, por qué no, permitirle desembarcar en la segunda semana del torneo, cuando la experiencia vale un mundo. “No soy un gran seguidor del y si, porque el y si no existe, pero creo que estaba preparado para dar pasos adelante ganando unos cuantos partidos y poniéndome en una situación diferente. Cosa que en ningún otro torneo lo sentía de esta manera. Aquí sí. Pero he llegado como he llegado de ranking [protegido, lo que le obligaba a medirse con rivales de envergadura desde el principio] y me ha tocado el sorteo que me ha tocado”, acentúa.
Deja entrever que no acudirá a Wimbledon, por eso de evitar un salto abrupto de superficies, y apunta directamente hacia los Juegos de París en verano. “Y luego ya se verá”, desliza. En todo caso, ni él mismo sabe qué le depararán los próximos meses y hasta dónde llegará el trayecto. Admite que hubo instantes en los que se sintió “mentalmente destruido en cuanto a energía y felicidad personal”, y sigue sin resolver un enigma cuyo desenlace parecía próximo y ahora queda en la más absoluta de las indefiniciones. Todo es incierto. “Quizá sí, quizá no”, la síntesis idónea de estos días, de los últimos meses (o más bien los dos últimos años) y también del mañana de un deportista que ingresó en la élite en 2001, hace más de dos décadas ya.
“De verdad, no os engaño cuando os digo las cosas. Os prometo que soy totalmente sincero”, se dirige a la audiencia de la sala, que reúne a más de 150 asistentes. “Falta un año para el año que viene, con lo cual, no sé qué puede pasar. Mi cuerpo no me ha dado en los últimos tiempos muchas alegrías. Pero, si cambia la situación y consigo estabilizarme y sobre todo disfrutar del día a día, cosa que ha sido imposible durante estos últimos dos años, no me cierro ninguna puerta”, anticipa, “pero si vuelven más problemas de la cuenta ya no será un tema de paciencia, sino de realismo. La lógica te dice que es muy difícil llegar al año que viene, pero la realidad se verá con el paso de las semanas. Desgraciadamente, yo tampoco me lo aclaro a mí mismo. Al final, el tiempo lo dirá”.