No es tanto que haya elegido jugar así. Simplemente, el equipo armado por José Luis Real no puede hacerlo de otra manera.
Guadalajara es un equipo largo, que transita muy poco el balón por medio campo. No tiene gente ahí con el talento necesario. En cambio, posee dos volantes veloces: Omar Bravo y Carlos Fierro, que recorren las van más de ida que de vuelta. Suben y se convierten en extremos en espera de pelotazos. Bajan muy poco.
Esa fórmula resultó exitosa en Torreón, pero no en el Omnilife. Uno tras otro, los balonazos se convierten en un platillo fácil de digerir para la defensa visitante.
El encuentro de la jornada dos se volvió predecible por ambos lados. Chiapas arrancó con opciones, pero sin demasiada peligrosidad. Chivas fue prácticamente nulo en la parte inicial.
En la segunda parte no cambió tanto la idea del Rebaño Sagrado, pero se topó con un elemento que existe en el futbol: la buena fortuna. Minuto 58. Rafael Márquez Lugo se proyectó dentro del área, por el costado derecho. La posición era comprometida. Alcanzó el esférico cerca de la línea de fondo y mandó un servicio pasado. A segundo poste, saltó Bravo. Su cabezazo pegó en el poste derecho.
Frausto, que seguía la acción, quedó fuera de ella tras el rebote, que quedó muerto en el área chica, donde De Nigris, predador de esa zona, estiró la pierna derecha para enviar la bolas a las redes. Provocó una explosión de júbilo en las tribunas del estadio, más pobladas de lo esperado para el debut como local de su equipo.
Con el movimiento del marcador, la responsabilidad cambió de dueño. Entonces, el Guadalajara encontró los espacios largos para que su forma de jugar luzca, por momentos, efectiva y hasta peligrosa, pero no hubo firma.
Jaguares se tiró al frente con desesperación, más que con idea futbolística. Por eso, sus embates fueron constantes, pero inofensivos. El cuadro bajo de los locales controló cada llegada hasta el silbatazo final.